En el Gran Auditorio del Museo de Arte de Sao Paulo, una de las
más prestigiosas instituciones culturales de la nación, el público
saludó con una ovación prolongada la presencia del compositor
cubano, en una velada a la que asistió el cónsul general de la Isla,
Carlos Trejo. No cupo un alma más en el lunetario. Los organizadores
(la Universidad de Sao Paulo y el Instituto Cervantes) comentaron a
este enviado que la respuesta masiva sobrepasaba las expectativas.
Por primera vez se escucharon en este país Sones y danzones
(1992), para trío clásico, y Paisajes, retratos y mujeres
(1997) para guitarra, flauta y viola, obras que singularizan la
agudeza estética con que Brouwer, en una zona relevante de su
repertorio, recompone y reactualiza tanto las fuentes de su
patrimonio sonoro más cercano como las referencias históricas de la
música universal.
Sones y danzones fue interpretada por el pianista Ricardo
Ballesteros, la violinista Betina Stegman y el cellista Robert
Suetholtz, ejecutantes que exhibieron no solo una bien sólida
plataforma técnica sino una venturosa comprensión del toma y daca
que Leo establece con la memoria de Saumell, Matamoros, Simonns,
Anckermann, el zapateo, la guajira, la habanera y hasta el
antológico danzón Almendra. Mientras que Paisajes¼
, emblemática recreación postmoderna a cargo del flautista
Antonio Carlos Carrasquerira, el excepcional violista Marcelo Jaffé
y el guitarrista Fabio Zanon, suscitó en los oyentes una reacción
estimulante.
Tan importante como estos estrenos resultó la aproximación al
punto de partida de la extraordinaria carrera de Leo como
compositor, una historia que se remonta a la más temprana juventud,
cuando en el segundo lustro de los años cincuenta pulía su técnica
guitarrística bajo la égida del maestro Isaac Nicola y sentía la
necesidad de que el instrumento, todavía anclado en la tradición
hispánica, expandiera sus potencialidades expresivas.
Triunfador en el certamen internacional Francisco Tarrega en 1996
y con una carrera apuntalada al pasar por la Real Academia de Música
de Londres bajo la tutela de Juliam Bream, Fabio Zanón reflejó la
sutileza discusiva de la serie de piezas sin títulos, compuestas
entre 1956 y 1962. Fue interesante escucharlas en la antesala de un
clásico brouweriano, Decamerón negro (1981), partitura que
revela la decantación de los códigos del mestizaje cultural tal como
lo entiende el autor.
Un mestizaje que comenzó a urdirse en los mismos inicios, como se
evidenció aquí en Quinteto para guitarra y cuarteto de cuerda
(Aleksey Vianna, guitarra, con el Ensemble Sao Paulo), que en 1957
saldaba cuentas con la herencia de Catarla y Roldán con un guiño
hacia el futuro.