Al leer la convocatoria de la novena edición del concurso
nacional de canto Mariana de Gonitch, no se puede menos que advertir
la persistencia de un empeño titánico y evocar el perfil de una
pedagoga ejemplar para los tiempos que corren.
Del 24 al 28 de este enero debe transcurrir el certamen, en el
ámbito de la Casa de Cultura de Plaza de la Revolución, institución
que desde el espacio comunitario ha logrado insertar a escala
nacional tres iniciativas perdurables: el Festival de Jazz Plaza, el
foro fílmico Cine Plaza y este concurso que pretende promover —caso
único— dos vertientes interpretativas: la del arte lírico y la del
canto popular.
Los aspirantes deberán sortear múltiples y exigentes escollos; en
un caso, arias italianas, lieder alemanes, canciones cubanas y
latinoamericanas de concierto, arias de óperas rusas y francesas y
páginas de zarzuelas domésticas; en el otro, un verdadero tour de
force que va de la trova tradicional al folclor campesino,
pasando por el filin y la interpretación de canciones en lenguas
foráneas.
Sin embargo, nos da la impresión de que la proyección de este
certamen suele verse disminuida por excesiva modestia, cuando no por
un desasimiento de los factores que deben comprometerse en su
desarrollo.
Al arte lírico musical y a la canción popular en Cuba le hacen
falta alas de vuelo mayor, una búsqueda de talento que se
corresponda con las más elevadas exigencias profesionales, y una
promoción que permita una jerarquización consecuente de las
potencialidades artísticas emergentes.
De ahí que sea menester el compromiso del Instituto Superior de
Arte, el Teatro Lírico Nacional y de las compañías similares en el
resto del país (Holguín, ya lo sabemos, realiza un esfuerzo
mayúsculo que lamentablemente no es acompañado en términos de
efectiva promoción), el Centro Nacional de Música de Concierto y
otras instituciones.
El legado de Mariana, esa gran pedagoga rusa que encontró en Cuba
una segunda patria y una Revolución que alentó en ella lo mejor de
su dimensión humana, lo merece.