El analfabetismo en salud afecta a millones 
de norteamericanos

José A. de la Osa

Con incredulidad, incluso sin ocultar sorpresa, leo el titular de prensa que llega a mis manos: "Millones en EE.UU. son analfabetos en las cuestiones de salud". La fuente, constato ahora, está lejos de despertar sospechas de hostilidad. Rubricada por Jeff Nesmith / Cox News Service/ Washington, la nota apareció en El Nuevo Herald de Miami.

Se trata de una investigación dada a conocer por la doctora Ruth Parker, profesora Adjunta de la Universidad de Emory, como portavoz de un Comité del Instituto de Medicina, una unidad de las Academias Nacionales de Ciencias, donde se señala que "casi la mitad de los adultos norteamericanos no sabe cómo usar información básica de salud".

"Sin alfabetización de salud", o conocimientos fundamentales —afirma el estudio— 90 millones de adultos no pueden llevar a cabo las funciones básicas del cuidado de su propia salud, y cita entre ellas el poder tomar los medicamentos correctamente, describir sus síntomas, o atender sus propias enfermedades crónicas, como la diabetes, el SIDA o la hipertensión.

Aunque esa alfabetización, se reconoce, está relacionada con la capacidad para leer y escribir, "va más allá de esos conocimientos y a veces afecta a los pacientes más educados".

El informe es el primer esfuerzo por definir un problema nacional cuya solución podría ahorrar miles de millones de dólares en los costos de salud. Sin embargo, es un problema que los profesionales y los legisladores apenas comprenden.

"Es difícil ser paciente en estos tiempos", dijo, según el periódico, la doctora Parker, quien comparó el sistema médico de la nación "a un laberinto".

Lo que asombra en verdad es que los gobiernos de ese poderoso y rico país no promuevan, como una garantía ineludible para sus ciudadanos, los principios aprobados en el ya lejano 1986 por 38 países, incluidos los Estados Unidos, y que están contenidos en la conocida Carta de Ottawa, que rechaza el enfoque tradicional de la educación en salud, en la cual el público meramente desempeña un papel pasivo, como receptor de los programas educacionales desarrollados por profesionales y especialistas en técnicas de comunicación.

En su lugar, la Carta reclama un papel activo del público, para tener un proceso que "al dar información, educación para la salud y reforzar las habilidades para la vida (...) aumenta las opciones disponibles de la gente para ejercer mayor control sobre su propia salud y sobre sus ambientes, y poder hacer escogencias conducentes a la salud".

De lo que se trata es que al brindarse información y educación para la salud, cada persona sea capaz de rescatar el control y propiedad de su propio comportamiento y destino. Por ello, la OMS define la promoción de la salud como una estrategia dirigida a generar condiciones que se traduzcan en bienestar, apoyándose en la acción ciudadana y en la movilización de recursos sociales e institucionales. Ello es sustento para la alfabetización en salud.

Teniendo en cuenta estas premisas, cuando se analizan los logros alcanzados por la salud pública en nuestro país, y la cultura general e integral que en la esfera sanitaria han ganado también los cubanos, hay que destacar la sistemática movilización popular que en educación, promoción, prevención y rehabilitación de enfermedades, ha llevado a cabo la Revolución.

Recordemos que desde 1959, marcando la voluntad política de ofrecer de forma gratuita la mejor asistencia médica a cada ciudadano, se tomaron las primeras medidas en el campo de la salud (creación del Servicio Médico Rural, rebaja de precios de los medicamentos, incremento de camas hospitalarias y de asistencia social, construcción de puestos médicos en el campo, incremento del presupuesto sanitario...), y se introduce también desde entonces el concepto de prevención y se comienza a desarrollar una intensa labor de educación y divulgación sanitarias.

En justeza histórica la alfabetización en salud —como parte de la gran obra educacional y sanitaria— es también una conquista de la Revolución que capacita a nuestros ciudadanos para el cuidado de su propia salud, entendida con rigor como el primero de los derechos humanos.

De ahí que el Instituto de Medicina estadounidense mencionado haya pedido al Gobierno que "trate de resolver" estos problemas, y, asimismo, que las aseguradoras privadas y los empleadores se involucren más en exhortar a los pacientes a comprender mejor el cuidado de la salud.

 

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