¡Tributo al pequeño David rinde
Goliat al emplear un garrote contra aquel!
Estados Unidos acude hasta a las
vías más ilícitas en su afán de destruir a la Revolución
Cubana, cuyo sostenido apoyo popular provoca desconcierto en las
administraciones del país del Norte.
De poco han servido al imperio la
guerra bacteriológica, los planes de asesinato a los principales
dirigentes de la Isla, sabotajes, la invasión militar de Girón, el
estímulo a la emigración ilegal, y otras tantas medidas de fuerza,
expresiones todas de la pequeñez moral y la impotencia del agresor,
entre las que ocupa un lugar especial, el más prolongado y cruel
bloqueo económico, comercial y financiero de la historia.
Incluso, la nación más poderosa del
mundo pretende desconocer que desde mediados del siglo anterior se
considera genocidio la privación de los alimentos como medida
punitiva, aun en caso de guerra, según lo establece la Convención
para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, del 9 de
diciembre de 1948.
Sin embargo, el propio Departamento
de Estado, en documento oficial del 6 de abril de 1960, declaraba
abiertamente que el objetivo del bloqueo era provocar "el
hambre, la desesperación", que desembocaran en "el
derrocamiento del Gobierno" de Cuba.
En el más reciente informe
de la Isla al Secretario General de la ONU, sobre el
cumplimiento de la Resolución 57/11 de la Asamblea General de ese
organismo internacional, se reiteran las medidas derivadas del
bloqueo y cómo afectan las importaciones de productos alimenticios
para el consumo directo de las familias y en escuelas, hogares de
ancianos, hospitales, círculos infantiles, e inciden directamente
en el nivel nutricional y en la salud de la población.
En 2002 las prohibiciones del
Gobierno de los Estados Unidos a la exportación de productos
alimentarios de su país, provocaron pérdidas para Cuba por un
valor de 114 millones de dólares. En ese lapso la agricultura —básica
para producir alimentos— sufrió afectaciones por un monto
superior a los 108 millones dólares.
La negativa de acceso al mercado
estadounidense determina, por ejemplo, que Cuba importe de áreas
geográficas lejanas las semillas de papa, pagando fletes un 50 por
ciento más caros.
De no tener lugar esa política, solo
por este concepto la Isla podría sembrar 2 300 hectáreas
más y adquirir, como mínimo, 57 000 toneladas adicionales, a favor
del consumo poblacional.
La compra de materias primas para
piensos en zonas distantes causa pérdidas de casi 60 millones de
dólares por año a la avicultura.
El bloqueo impide disponer de las
tecnologías más avanzadas sobre alimentación animal,
desarrolladas en EE.UU., las cuales —si pudiesen emplearse por
agricultores cubanos— incrementarían en 291 millones de unidades
la disponibilidad de huevos y en 8 800 las toneladas de
carne, con la masa actual de aves.
Las restricciones del Norte afectan
los rendimientos agropecuarios, al complicarse y hacer más cara la
adquisición de combustibles, fertilizantes, piezas de repuesto para
equipos agrícolas, transporte de carga, y medios protectores de
plantas.
Los obstáculos estadounidenses a la
adquisición de materias primas para producir medicamentos, o de
equipos y kits diagnósticos —estos últimos elaborados por firmas
norteamericanas en la mayoría de los casos— perjudican el
servicio veterinario, y encarecen el enfrentamiento a las plagas que
afectan a la masa animal, algunas de ellas probadamente introducidas
en el país, como consecuencia de agresiones biológicas
norteamericanas.
No debe inferirse que las ventas de
algunas cantidades de alimentos de EE.UU. a Cuba, a raíz del paso
por la Isla del devastador huracán Michelle, a finales del año
2000, signifiquen relaciones comerciales normales y el
debilitamiento del bloqueo.
Fue un gesto amable y excepcional,
valorado en su justa medida por la parte cubana, pero entorpecido
por el mismísimo bloqueo.
Esas ventas están sujetas a
complicados procedimientos y normas que dificultan las
transacciones. Las empresas norteamericanas no pueden materializar
sus exportaciones, si antes no corren tortuosos trámites
burocráticos para obtener una licencia de autorización para vender
sus productos a Cuba; en tanto esta tiene que pagar en efectivo, al
mantenérsele la negativa de acceso a créditos en instituciones
bancarias, públicas o privadas del vecino país.
La entidad cubana contratante de las
compras debe entregar el dinero mediante bancos en terceros países
y en otras monedas distintas al dólar, lo que implica pérdidas en
operaciones cambiarias. Este comercio, además, va contra la
práctica internacional pues solo es en una dirección ya que el
intercambio se encuentra excluido.
Cuba tampoco puede emplear sus barcos
para trasladar las mercancías previstas, las cuales recibe mediante
buques norteamericanos o de otras naciones, previa licencia
estadounidense.
Sigue en pie, entonces, el garrote
que señala la debilidad de Goliat. (AIN)