Solo, con visos de locura,
arremetidas de vértigo espoleándole cada vez más, y un quebranto
mental sin buenaventura de alivios, le llegó la muerte a Jonathan
Swift, el padre de los célebres textos Los viajes de Gulliver, y
también, La batalla entre los libros antiguos y modernos, e
Historia de una bañera.
El ocaso de este escritor,
considerado entre los maestros de la prosa inglesa, lo describió
brevemente Nicolás Guillén: "Viejo y muy enfermo, murió
idiota, después de haber padecido de un tumor en un ojo, que lo
hizo sufrir largamente".
Político, escritor, satírico fue
aquel hombre que partió el 19 de octubre de 1745 y, precavido,
mordaz, retador de los hombres de su tiempo, había previsto el
epitafio para su tumba en el templo de San Patricio, en Dublín.
En él, diría en latín: "Aquí
yace el cuerpo de Jonathan Swift, D., deán de esta catedral, en un
lugar en que la ardiente indignación no puede ya lacerar su
corazón. Ve, viajero, e intenta imitar a un hombre que fue un
irreductible defensor de la libertad".
Así terminaba uno de los más
depurados cultivadores del genio sardónico a quien otro grande,
André Bretón, definió como el iniciador del humorismo negro.
Personaje él mismo contradictorio,
también fue cura, y sin sus sátiras acaso hubiera escalado al
podio de obispo, pero a Jonathan Swift la alta sociedad inglesa de
su tiempo no le perdonó un talento fustigador, y una lengua
indomable.
En una oportunidad declaró odiar y
detestar al animal llamado hombre, no obstante amar con todo su
corazón a Juan, a Pedro y a Tomás: "Todo mi amor es para los
individuos", dijo. En contraposición con esa enemistad hacia
los seres humanos, durante toda su existencia militó entre quienes
buscaron justicia, y fustigó con su verbo hiriente a nobles y
ricos.
Cuando se le recuerda,
inevitablemente acude a la memoria con premura el primero de los
libros de Los viajes de Gulliver, convertido en un clásico de la
literatura infantil.
Y como la obra de los hombres es
mayor que su propia existencia, rara vez para comprender sus
escritos se acude a las pequeñas historias de las tres mujeres que
reclamaron su atención: Valeria, con quien terminó de manera
insultante; y Stella y Vanesa que no le perdonaron nunca.
De ellas, dos fueron las damas que
distinguieron la vida del autor: Esther Johnson y Esther Vanhomrigh.
La primera, Esther Johnson, fue alumna del novelista y se dice que a
ella estaba dirigido el famoso epistolario íntimo de Cartas a
Stella, como él la llamó. Incluso, se rumora que estuvieran
casados secretamente y es simbólico que la tumba de ambos estén
una al lado de la otra, en la catedral de San Patricio.
La segunda Esther, de apellido
Vanhomrigh, fue alumna irremediablemente prendada de su tutor, quien
nunca le retribuyó. A ésta, la nombró Vanessa. Jonathan Swift
sobrevivió a las dos, pero la marca de la soledad le extravió el
discernimiento.