Convertir a una anciana en el centro de un relato de venganza e investigación detectivesca por cuenta propia es algo que se propone en Dos tumbas, sin éxito, el trío de guionistas conocido como Carmen Mola (bajo tal seudónimo escriben sus series Agustín Martínez, Antonio Mercero y Jorge Díaz).
Esta miniserie española de tres capítulos bajo la dirección de Kike Maíllo, estrenada por Netflix en 2025 y exhibida en Cuba, sigue a la septuagenaria Isabel (Kiti Mánver), en su indagación sobre el destino de Verónica, su nieta adolescente desaparecida, presuntamente muerta –pero sin cuerpo que lo atestigüe–, tras una noche de fiesta junto a una amiga, cuyo cadáver sí encuentran.
La miniserie no pierde tiempo para entrar en acción, quizá la baza que pudiera destacarse, de no ser por el hecho de que lo hace a mandoble puro. Justo así, cual un bofetón a mano abierta al desprevenido televidente, hace plaf el piloto (primer episodio), por medio de las torturas de la desaforada anciana a un joven conocido de la nieta, en busca de arrancarle información sobre las circunstancias de la desaparición de la muchacha.
Isabel enseña piano y el torturado, por más señas, es su alumno. Todos los datos que le logra sacar a martillazos, hasta matarlo, los podía haber averiguado fácilmente la Guardia Civil por medio de una sesión de interrogatorios, aunque la fortísima e iracunda abuela no piensa igual, pues ha pasado un buen tiempo sin resolverse el caso.
Ni corta ni perezosa, a continuación Isabel se mete dentro de un barco, cuchillo en mano, a embestir a un joven estibador, también sospechoso dentro de su agenda personal de búsqueda y castigo.
La sutileza es algo que no le va a Carmen Mola, o los tres que escriben en su nombre, a quienes no le parece suficientemente estrepitoso ese piloto, de manera que mancuernan a Isabel con Salazar, un mafioso narcotraficante local, padre de Marta, la otra adolescente, enterrada por este en el cementerio del pueblo.
Al truhan lo incorpora Álvaro Morte, actor con recursos, quien lo mismo trabaja, sin trabas, para alguien del oficio de Julio Medem, que en una serie histórica, pero que aquí sobrecarga –en grado sumo– los rasgos de macho andaluz de su personaje. Tanto, que agrede los oídos del espectador como si de ello no se hubiera encargado ya la remachadora banda sonora de Marc Timón.
Este intempestivo romance profesional entre la abuela, quien capta información, y el narcotraficante, quien la recibe y ejecuta (un ejemplo del proceder de ese enyunte es la muerte por aplastamiento del periodista encarnado, rabiosamente mal, por Salva Reina, quien sigue siendo un crack para la comedia, pero que fuera de ese género casi nunca funciona igual), le añade a Dos tumbas cuanto le faltaba ya para convertirse en un despropósito.
Pero el peor pecado de la miniserie es desperdiciar el talento de una dama del teatro y de la pantalla española como Kiti Mánver (su carrera cinematográfica va de Pedro Almodóvar a Álex de la Iglesia), en este papel efectista, muy recargado e inverosímil. Ver cómo el guion la pone a resolver el conflicto en el tercer episodio constituye un franco acto de flagelación por parte del receptor.
Si a ese óbice se le agrega la errónea dirección a Álvaro Morte y la colocación de un intérprete de tanto peso histriónico como Hovik Keuchkerian (algo verificable, por ejemplo, en la película Un amor, de Isabel Coixet) en el desdibujado e insípido rol del padre de Verónica, constataremos que ese rubro naufraga, a escala general.
Kike Maíllo, lejanos hace rato los buenos momentos de su prometedora Eva (cinta de ciencia–ficción de 2012 que le valiera tres Premios Goya, uno de estos el de Director Novel), filma en piloto automático, incorpora algunas postales andaluzas —más propias de un corto del Ministerio de Turismo—, salta de escena en escena como si fueran lianas, y aguanta, estoico, hasta el final.


                        
                        
                        
                    







        
        
        
        
        

COMENTAR
Responder comentario