ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
«Fue un momento solemnísimo, de esos que no se olvidan nunca en la vida. Los músicos estábamos quizá más emocionados que nadie. Muchas veces me he quedado pensando cómo pudimos llegar al final», recordaba Guillermo Tomás sobre la primera interpretación. Foto: Juvenal Balán

Es preciso honrar la memoria del bayamés Pedro Felipe Figueredo Cisneros, conocido por el pueblo como Perucho Figueredo, el autor del Himno Nacional, justo como merece una personalidad de la cultura que nos legó un símbolo mayor de patriotismo en la nación cubana.

Desde los albores de lo que sería el levantamiento del pueblo de Bayamo en contra de la colonización española, ya Perucho había compuesto la marcha. Instrumentalizada por el maestro Manuel Muñoz Cedeño, aparentaba ser música religiosa; un pretexto que no convenció del todo al gobernador español Julián Udaeta, debido al vigoroso aliento expresivo que la distinguía.

Obviamente, no podemos comprender a plenitud la reacción de cada ciudadano del mundo ante el respectivo himno de su país, pero cuando escuchamos el cubano, bautizado originalmente como La Bayamesa, nos cubre una emocionante sensación de pertenencia, de ser parte de la historia de amor por Isla, cuyas diferentes generaciones, una tras otra, han dado lo mejor de sí por el orgullo de haber nacido en ella.

Existen himnos nacionales que no fueron creados bajo la urgencia del inminente llamado al combate; en el caso del nuestro, estuvo inspirado en La Marsellesa, considerada por aquella época como un símbolo universal de rebeldía.

Como se sabe, la partitura original del Himno de Bayamo se extravió durante el incendio del pueblo, pero gracias al valor que tiene la tradición oral, se mantuvo vivo en el alma de los mambises que lucharon en los campos de Cuba; lo que le permitió al músico Emilio Agramonte transcribirlo a instancias del Héroe Nacional, José Martí, con el objetivo de publicarlo en el periódico Patria, «para que lo entonen todos los labios y lo guarden todos los hogares; para que corran de pena y de amor, las lágrimas de los que lo oyeron en el combate sublime por primera vez; para que espolee la sangre en las venas juveniles».

Pero no es hasta 1900, durante la Convención Constituyente, cuando se declara La Bayamesa / Himno de Bayamo como nuestro Himno Nacional; y lo interpreta por primera vez de forma oficial la Banda Municipal de La Habana, bajo la batuta de Guillermo Tomás.

Al mismo tiempo se formalizaba la bandera de la estrella solitaria como nuestra enseña nacional. Es que la una representa el complemento obligado del otro: poblar nuestras ciudades de una multitud de banderas cubanas implica mucho más que un acto simbólico, sentirnos acompañados de la enseña nacional es propiciar una permanente condición de identidad, esa que consolida nuestras razones para echar rodilla en tierra por este país hasta las últimas consecuencias.

Es esta una decisión que, definitivamente, se reafirma al escuchar el himno, que  nos convoca a compartir, si fuese necesario, el heroico destino del Mayor General del Ejército Libertador, Perucho Figueredo; quien el 17 de agosto de 1870 fuera fusilado por el enemigo.

De su puño y letra, nos dejó el legado de que morir por la Patria es vivir.

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