
El 6 de marzo de 1475 nació el que se convertiría en uno de los mayores exponentes del Renacimiento, y nombre indispensable en la historia del arte universal: Michelangelo di Lodovico Buonarroti, conocido mundialmente como Miguel Ángel.
Nunca imaginaron sus padres, Leonardo Buonarroti y Francesca di Neri, que aquel niño educado entre la nobleza florentina, bajo la tutoría de los más respetados magisterios de la Toscana, terminaría abandonando las expectativas familiares para comenzar la incursión en el arte, a los 13 años. Para Miguel Ángel, su talento se debía a un don extraordinario que iba más allá del fruto de la docencia; de ahí que sus coetáneos, en señal de admiración, lo apodaran El divino.
La piedad, su primera obra escultórica reconocida, se debió al encargo de un cardenal francés; sin embargo, por su perfección y manejo excepcional del mármol, fue aclamada en todo el país, y le abrió las puertas a Roma, epicentro artístico de la época, donde se estableció y trabajó durante los siguientes años.
A pesar de ser esta la primogénita de sus obras importantes, no fue menor su talento en los años que la antecedieron. Se dice que, siendo muy joven, una de sus estatuas fue vendida al cardenal Raffaele Riario, quien la compró pensando que era antigua. Al enterarse de la artimaña, no fue la ira el sentimiento que caló en él, sino la fascinación por aquel artista que había logrado engañarlo. Desde ese día se convirtió en su mecenas.
Solo 26 años tenía cuando, en 1501, comenzó a trabajar en su obra escultural más famosa: El David, una representación de majestuosa y detallada anatomía que honra la leyenda de David y Goliat, resultado de un bloque de mármol que llevaba abandonado más de cuatro décadas; pues ningún artista, incluyendo Leonardo Da Vinci, se atrevió a trabajar con él, debido a su enorme tamaño.
Otro sello que realza la maestría del florentino, siglos después de su paso por la Tierra, son sus pinturas y frescos; destaca la fastuosa Capilla Sixtina, cuya perfección siembra duda acerca de un artista que nunca se definió a sí mismo como pintor, y que afirmó, en varias ocasiones que estos trabajos no eran más que una obligación para él.
Miguel Ángel, al igual que sus contemporáneos renacentistas, vivió con el afán de abarcar la eternidad entre las manos, sin que nada quedase fuera de ellas. Durante su extensa vida de 89 años, ejerció con gran genio el arte de la escultura, la arquitectura, la pintura e, incluso, la menos conocida de sus facetas, la poesía.
Tuvo en su época el reconocimiento de todo un continente que lo veneró como una deidad convertida en hombre. Cinco siglos después, millones de personas continúan viajando anualmente hasta su país natal, solo para contemplar con ojos propios el virtuosismo de un artista que rozó la perfección con la punta de los dedos.










COMENTAR
Responder comentario