En junio, el Festival Cinema Jove, de España, le confirió el Premio Luna de Valencia al realizador mexicano Alonso Ruizpalacios, por aportar frescura, inteligencia y humanismo con su obra, mostrar una gran comprensión hacia personajes muy diferentes e incluso con espíritus contrarios entre sí, y por ser un gran cronista de las vicisitudes del México contemporáneo, que transita por los absurdos de su cotidianidad sin perder la sorna ni el desenfado.
En declaraciones consignadas por el diario madrileño El País, el cineasta de 45 años expresó en la ocasión que, en cuanto a su estilo a la hora de plantearse las producciones, existe una influencia del teatro, en la cual la realidad es mucho más fina con la ficción, lo que le ha permitido usar recursos como romper la cuarta pared y sorprender al espectador. «Me interesa mucho el impulso de construir una narrativa y luego romperla. Es muy seductor», sostuvo.
Al ser entrevistado por el periódico La Razón, el director de Güeros (2014), Museo (2018), Una película de policías (2021) y La cocina (2024) respondió: «Yo soy mexicano y me interesa contar historias de México. Me interesa conocer mi país mejor a través del acto de filmar, eso sí que me interesa. Creo que es una herramienta privilegiada para el autoconocimiento de ti y de tu entorno».
Ambas confesiones revelan parte de la estética y del interés temático de los relatos de Alonso Ruizpalacios, cuya última película, La cocina, es exhibida en concurso en el 45 Festival.
A excepción de Museo, la cual, a juicio de este comentarista, representa la única obra lamentablemente fallida de la filmografía de Ruizpalacios, todo su trabajo ha tenido connotación, tanto dentro de su país como en el contexto latinoamericano.
En Una película de policías, Premio al Mejor Montaje en el Festival de Berlín, el realizador apela a un dispositivo documental, maridado con la ficción, en pos de acercarse de un modo vehemente cercano a representantes del universo policial mexicano.
A estos uniformados los emplea como sinécdoque de un escenario social gravado por diversas problemáticas sociales, donde durante decenios se enquistaron lacras como la corrupción, la injusticia y las desigualdades sociales.
Con La cocina, Ruizpalacios ha desfilado a lo largo del año por los festivales de Berlín, Tribeca, Londres, Deauville, Beijing, Zurich y Valladolid, entre otros.
Sobre los orígenes de su concepción, el cineasta mexicano ha explicado que siempre quiso que esta fuera su primera película. De estudiante estuvo en Londres y trabajó en una cocina, para pagar sus estudios. Allí vio The Kitchen, la obra de teatro de Arnold Wesker.
Según describió, le resultó fascinante la coincidencia entre su realidad y una ficción que la explicaba tan bien. Entonces comenzó a fantasear con la idea de llevarla a la pantalla, e incluso empezó a escribir el guion. Pero pronto se dio cuenta de que era más un punto de llegada que de arranque. Precisaba antes un tiempo de aprendizaje, dijo.
Aunque la recepción crítica general del largometraje ha sido menos efusiva que con su anterior título, La cocina es una experiencia visual y narrativa frenética e inmersiva que no conviene eludir, hecha por un cineasta en crecimiento, a quien debemos continuar siguiendo.
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