ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Obra de Tomás Ditaranto, de la exposición El pintor del Martín Fierro, inaugurada por estos días en el Museo de Arte Popular en Buenos Aires. Foto: Obra de Tomás Ditaranto

Posiblemente nunca llegue a saberse si existió realmente un gaucho llamado Martín Fierro; pero la obra –un clásico de la literatura hispanoamericana que lleva este nombre como título, y cuenta la historia del personaje– es un hecho que se le debe al escritor argentino José Hernández, nacido hace 190 años. 

Escrita en dos partes, El gaucho Martín Fierro (1872) y La vuelta de Martín Fierro (1879), el Martín Fierro –narrado en 2316 versos y 13 cantos, y en la lengua usada por los campesinos de la región–, se erige como un ícono de las letras argentinas, y una referencia en la literatura gauchesca.

Un gaucho argentino vive, feliz, las pampas: Aquí me pongo a cantar / al compás de la vigüela, / que el hombre que lo desvela / una pena estrordinaria, como la ave solitaria / con el cantar se consuela. (…) Que no se trabe mi lengua /ni me falte la palabra; / el cantar mi gloria labra / y, poniéndome a cantar, / cantando me han de encontrar / aunque la tierra se abra.

Martín tiene allí su familia, y ha sido alistado, en contra de su voluntad, para luchar contra los indígenas. En el fortín lo esperan pésimas condiciones de vida y finalmente deserta. El abandono forzoso de la familia ha tenido consecuencias: su mujer se ha marchado y los hijos han emprendido nuevos rumbos. Martín se volverá un malhechor por lo que será buscado por la policía. Irá a parar, en compañía de un sargento que lo admira y tiene una historia similar a la suya, al desierto junto a los indios. Todo esto, en la primera parte.

En la segunda, Martín encontrará a sus hijos y regresará a la «civilización». Vivirá significativos episodios, entre los que se recuerdan la muerte de su amigo, el exsargento Cruz, y la payada, de la que saldrá victorioso y con la que se convertirá en el gran poeta de su grupo social.

Testimonio de una época, Martín Fierro es mucho más que un tratado gauchesco en el que se defiende un modo de vida común, y la libertad de esa población, sino una crítica encarnada a las injusticias a que la sometiera el gobierno argentino del siglo decimonónico y un símbolo de resistencia e identidad.  

Resulta indiscutible el impacto de esta obra en la cultura argentina, traducida a más de 70 idiomas y editada más de 200 veces, que además ha sido llevada al cine y al teatro, y ha inspirado a no pocos artistas de la plástica. Sin embargo, para saber cuán conocido es el Martín Fierro, por los compatriotas de Hernández, Granma conversó con los argentinos Mariano Saravia, periodista, y Diana Szarazgat, profesora y escritora.

En Argentina, la obra de José Hernández se estudia en las escuelas de Educación Secundaria y en planes específicos de Formación de Lectores Literarios, Proyectos de lectura y Recursos para el Análisis Literario o político, explica Szarazgat, quien además asegura que «no se puede afirmar que todos los argentinos conocen la obra.  Lo que sí es cierto es que hay versos que son transmitidos de generación en generación».

Por su parte, Saravia ratifica: «No me animaría a decir que el Martín Fierro es conocido por todos los argentinos. Lamentablemente la crisis política que nos ha llevado a que el pueblo vote a un gobierno de extrema derecha, proviene de una profunda crisis cultural. Creo que podríamos preguntarnos mejor cuántos argentinos conocen la obra Martín Fierro. Es una minoría muy pequeña. Pero no sólo el Martín Fierro, me atrevo a decir que una minoría de nuestro pueblo lee, y menos todavía, lee literatura, y menos todavía lee buena literatura. Por eso, atravesamos una crisis cultural muy profunda, que explica otras muchas actitudes sociales».

Para ambos intelectuales, la obra ha dejado una huella. Así lo refiere Szarazgat: «El Martín Fierro siempre está presente en mi imaginario. Su inclusión como texto de estudio en la escuela secundaria al principio era una rareza. La forma de expresión y el universo de referencia estaba muy alejado de la vida de una adolescente citadina del siglo XX leyendo un poema gauchesco publicado en 1872. Hay que tener en cuenta que hace 50 años en Argentina se celebraba el Día de la Raza y la Campaña al Desierto. En ese contexto, la lectura del libro era una alegoría del héroe, una crítica social y sobre todo un instrumento de acción política. Hace 50 años, en 1974, se estaba gestando el golpe de Estado que nos depararía la dictadura más cruel y genocida».

«Nosotros –añade– en la escuela estábamos leyendo un poema narrativo en el que el protagonista se erige en referente de las luchas de resistencia y de identidad. Esa inmersión lectora a través del interés del autor al emplear el habla rural como lengua literaria, nos transmitía, contando y cantando, la lucha por la libertad, diferenciándose de la incipiente burguesía urbana».

Saravia lo leyó en su temprana juventud, «y lo releo de vez en cuando porque dejó una huella muy profunda en mí, sobre todo en mi formación ideológica, y uso su contenido histórico y político en mis espectáculos y conferencias». El Martín Fierro es fundamental para entender la Argentina de hoy, y más allá de que está escrito en versos y es una belleza de obra de arte, también creo que tiene un valor importante como documento histórico».

«La primera parte –continúa Saravia– denuncia el despojo del gaucho, del indio, del pueblo argentino en manos de una minoría oligárquica aliada del Imperio Británico. Es el inicio de la segunda mitad del siglo XIX, cuando están llegando los adelantos tecnológicos presentados como “civilización”. El alambrado hace que la tierra, que era de todos, pase a ser de una clase latifundista, y eso explica la composición social de la Argentina hasta hoy. Un país que sigue siendo agrícola-ganadero y que tiene la tierra en muy pocas manos siempre va a ser injusto. Llega por esos años el ferrocarril, de los ingleses, y no de la Argentina, y al servicio de los ingleses y de la clase dominante local, en torno al proyecto exportador de materias primas, sin generar valor agregado, ni trabajo, ni bienestar para el pueblo. Y el tren también sirve en ese momento para mover rápidamente las fuerzas de represión del Estado argentino en formación. El frío industrial potencia el comercio y, sobre todo, la exportación de carnes, y la apropiación del ganado, junto con la tierra, el surgimiento de la estancia como unidad económica, en un sistema semi feudal, donde los terratenientes son una especie de nobleza sin títulos, y los trabajadores son casi esclavos o vasallos a su servicio.

«En este contexto, el Martín Fierro denuncia el despojo del gaucho, de su casita (rancho), cómo lo reclutan a la fuerza para ir a pelear contra los indios, lo cual significa otro despojo. Y complementariamente con la segunda parte del libro, se puede entender cómo cambia el paisaje social de la Argentina, y cómo se produce el pasaje de ese personaje emblemático que era el gaucho, libre y autónomo, en las pampas, a un peón rural domesticado, sumiso y empobrecido, que muchas veces ha perdido no solo su rancho y su caballo sino también su familia. Es una verdadera radiografía de la Argentina de esa segunda mitad del siglo XIX y del proceso llamado de organización nacional que va más o menos desde 1860 hasta 1880».

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