Conocer la historia es uno de los pilares indispensables para construir el futuro. Bajo este precepto, grandes hombres dedicaron la vida a su estudio como ciencia. La Habana, al ser una de las urbes más importantes en la formación de la identidad latinoamericana, tuvo a su servicio algunos de estos hombres, el primero de ellos, Emilio Roig de Leuchsenring, quien naciera un día como hoy, en 1889.
Cuarenta y cinco años de edad tenía cuando el Despacho del Alcalde, Antonio Beruff en ese entonces, lo nombrara el primer Historiador de la Ciudad, y solo tres años después, pasó a dirigir la recién creada Oficina del Historiador. Si bien era, en teoría, La Habana su lugar de estudio, fue toda Cuba el laberinto que Roig de Leuchsenring, como aventurero, se dedicó a descifrar. Investigó a fondo, como nadie antes, los hechos más relevantes de la Patria, y permitió que estos fueran vistos desde nuevas perspectivas, algo sumamente innovador en su momento.
Fue su quehacer, sin embargo, más allá del gusto apasionado que sintiera por la historia. Aún resulta divertido leer los seudónimos con los cuales llegó a publicar cientos de artículos en revistas como Carteles, Gráfico y Social. El investigador, nada falto de creatividad, firmaba en ocasiones como Unoquelovio, Unoquelosabe, o El Curioso Parlanchín.
Con esta premisa, que denota el sentido del humor del intelectual, no es de extrañarse que dedicara sus trabajos periodísticos a las llamadas crónicas costumbristas, en la que el protagónico no lo tenían los grandes edificios coloniales o monumentos, sino los personajes callejeros, los noviazgos de ventana, los vendedores, la sociedad cubana de la época en general. Todo esto, descrito con la maestría de quien observa respetuosamente las profundidades de su entorno y lo transforma en una escritura potable y cautivadora.
«Sin su legado, es imposible hacer, por lo menos para mí, absolutamente nada». «Sin Emilio Roig no existiría Eusebio Leal», fueron las palabras del propio Eusebio al preguntársele por su predecesor. Solo con esto basta para demostrar la valía dentro de la intelectualidad cubana de «Emilito», como lo llamaron.
Con un apellido catalán y otro proveniente de Alemania, Roig de Leuchsenring se convirtió en uno de los cubanos que más apasionadamente vivió su nacionalidad, y procuró que así sucediera con todo aquel que tuvo la oportunidad de conversar con él, leerlo, o transitar por las calles conservadas, entre tarjas y monumentos que salieron de su imaginario. Terminó formando parte de la historia que estudió, pues no podrá jamás hablarse de esta Ciudad Maravilla sin mencionar su nombre.










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