ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
El éxito de Santiago radica, además del innegable talento, en la disciplina y la preparación intelectual. Foto: Juvenal Balán

Conversar con Santiago Alfonso, Premio Nacional de Danza 2006, es hacer un viaje exquisito en el tiempo, a través de grandes momentos de la historia de la danza en Cuba, desde la segunda mitad del siglo 20 hasta la actualidad. Es una gloria viviente que, en casi siete décadas de carrera artística, ha tenido el privilegio de ser maestro, alumno, compañero, y amigo de muchas de las más relevantes figuras de esta manifestación en la Isla.

A pesar de su extensa trayectoria y de todos sus méritos como bailarín, coreógrafo y director artístico, es una persona sencilla, afable, y recuerda con humildad sus comienzos, cuando era un bailarín aficionado que tuvo la oportunidad de presentarse en los principales cabarés de La Habana y en importantes teatros como el Martí y el Blanquita (hoy Karl Marx).  «No me contrataban para papeles importantes. Yo era uno más del montón. Quería dedicarme profesionalmente a la danza, pero solo podía recibir clases cuando tenía dinero para pagarlas. Además, el bailarín negro no era muy aceptado en aquella época, solo para casos específicos, en espectáculos con elementos folclóricos, por ejemplo», explica a Granma.

Después del triunfo de la Revolución, fue partícipe de la creación del Departamento de Danza Moderna, bajo la dirección del maestro Ramiro Guerra, en el Teatro Nacional de Cuba. «Ahí es cuando ocurre un cambio total, sin yo saberlo. Recibí clases diarias, desde por la mañana hasta por la tarde, de danza, folclor, ballet, baile popular, actuación, entre otras. Trabajé muchísimo, pero no me sentía cansado, al contrario. Todo era un gran sueño que se estaba haciendo realidad. Yo no sabía a dónde me iba a llevar, pero era feliz de recibir todo ese conocimiento y sabiduría de maestros como Ramiro, Alberto Alonso, Luis Trápaga y muchos otros destacados exponentes de la época. Estaba haciendo lo que amaba hacer y, además, me pagaban un salario por eso».

En el Conjunto Nacional de Danza Moderna aprendió no solo la técnica, sino también la ética y el respeto por la disciplina. Para él, Ramiro Guerra es «el que nos construyó e hizo realidad el sueño de muchos Santiagos».

Siempre tuvo la humildad para aprender de todo el mundo, no solo de los maestros, coreógrafos y directores, sino también de sus compañeros. «Yo he estado rodeado de gente con mucho talento. Toda esa juventud estaba, cada cual en su disciplina, echando para alante el movimiento cultural en el país».

Como mismo aprendía de los otros, también compartió sus conocimientos con los demás. Le dio clases a un grupo de compañeros para ayudarlos a acelerar el proceso de desarrollo técnico. «Hoy se considera que un niño debe empezar en danza entre los cinco y ocho años. Nosotros teníamos alrededor de 18. Empezamos tarde. Había que apurarse». Ese sería el primer acercamiento a lo que se convertiría en otra de sus grandes pasiones: enseñar.

Santiago Alfonso es un maestro de generaciones. Ha impartido clases a bailarines del Conjunto Folklórico Nacional, del cabaré Tropicana, del Ballet de la Televisión Cubana, a actores, y a muchos otros les transmitió el amor por el aprendizaje técnico y la necesidad de crear unas bases sólidas para mejorar el desempeño escénico. «Mi interés era demostrar que el saber no estorbaba, al contrario. Un bailarín con una preparación física, una educación de su cuerpo, un entrenamiento, es un bailarín superior».

Confiesa que, al principio, le costó trabajo y hasta recibió rechazo. «Llegaron a acusarme de que yo estaba destruyendo el folclor en Cuba. Todo cambió cuando el primer proceso llegó a escena y el público percibió el cambio. Los bailarines empezaron a sentir que el entrenamiento surtía efecto en sus cuerpos, se sentían mejor y más seguros. Yo lo había experimentado en mi propio cuerpo. No era el mismo del año 1959, absolutamente empírico. Tenía elementos técnicos que me dieron mejor interpretación».

Ejemplos de los buenos frutos que recogió como maestro son Johannes García y Alfredo O´Farrill, premios nacionales de Danza 2020 y 2024, respectivamente, bailarines y maestros del Conjunto Folklórico Nacional de Cuba, compañía de la cual Santiago fue director artístico, cargo que también asumió posteriormente, en el cabaré Tropicana.

En su trayectoria como director artístico y coreógrafo, se propuso en cada obra ofrecer su propia visión del espectáculo nocturno. «Yo siempre he considerado que hay que decir algo, hay que interesar al público. No es menearse, tiene que haber un mensaje subliminal».

Con ese propósito continuó el legado de Ramiro Guerra y Alberto Alonso, y de otros que trabajaron por incluir la cubanía en la danza popular, moderna, el folclor, el ballet, el jazz… «Todo alumno tiene una etapa en la que imita a sus maestros porque son sus ídolos, hasta que encuentra su propio camino.  Me di cuenta de que no solo era importante lo folclórico, lo popular, la danza, el ballet, el jazz, sino también nuestra cultura social, el lenguaje gestual del cubano. Eso yo lo fui trabajando, estudiando, desarrollando, hasta que logré crear un lenguaje en el que están implícitas todas esas disciplinas y lo social».

Comenzó su interés por la danza cuando de niño veía a las personas mayores bailando danzones o la música popular que transmitían por la radio, y a él le parecía tan bonito y elegante, porque «no había nada que ofendiera  la vista». Por eso, está en contra de la vulgaridad de algunos bailes populares contemporáneos. «Eso no es Cuba porque, independientemente de que tenemos influencias negras, tenemos influencias europeas, y eso es lo que conforma el famoso ajiaco de Fernando Ortiz: todos esos elementos de “viandas” y “carnes bien sazonadas” dan pie al nacimiento de lo cubano, que nunca fue vulgar».

El virtuosismo que caracteriza los espectáculos de Santiago Alfonso es reconocido internacionalmente. Ha presentado sus obras en los escenarios más importantes del mundo, y ha trabajado con compañías extranjeras.

«El día que yo me vi sentado en el Royal Albert Hall de Londres, no me lo podía creer. Yo estaba mirando el ensayo general y sentía que aquello me aplastaba, y tuve que sentarme. Negros latinos en Londres, y en ese lugar con tanta historia. El espectáculo fue una bomba de tiempo».

El éxito de Santiago radica, además del innegable talento, en la disciplina y la preparación intelectual. El trabajo escénico tiene sus leyes, y hay que dominarlas. «El espectáculo musical incluye música, canto, baile, actuación, vestuario, escenografía. Son muchos los elementos para tener en cuenta».

En su afán de superación, también comprendió que para un bailarín era necesaria la preparación integral. Hasta el día de hoy le gusta leer, escuchar música y, de esas referencias, surgen ideas para sus coreografías y espectáculos.

A sus 85 años recién cumplidos, sigue siendo muy versátil. Diariamente imparte clases a los bailarines de la compañía Santiago Alfonso, que fundó y lleva su nombre. Aunque a veces se canse, prefiere estar activo.

Recuerda casi todos los nombres de los espectáculos en los que participó como bailarín, coreógrafo o director artístico. Cuenta las anécdotas con lujo de detalles, y parece que uno está ahí con él, reviviendo esos momentos de gloria.

«No te digo que no me siento los años. Sí, hay momentos en los que me doy cuenta del tiempo y me digo: "¡cuidado!". Los tengo y aquí estoy, y voy a seguir hasta que Dios quiera, mientras pueda, ahí, guapeando».

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