ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Verónica Lynn (la Dama del velo) y Fernando Ramírez (Alejandro Yarini) en Réquiem por Yarini. Foto: Ahmed Piñeiro Fernández

Culminó con éxito apabullante la primera temporada (20 funciones) de Réquiem por Yarini (1960), de Carlos Felipe, uno de los títulos insignes del teatro cubano, en una puesta en escena dirigida por Carlos Díaz, con su grupo Teatro El Público.

Con diseños de escenografía de Yansel Medina; vestuario de Vladimir Cuenca, Cris Cris y Ana Rojas; música original de la soprano Bárbara Llanes (cuya voz puede escucharse, ¡y disfrutarse!, en la puesta) y versión dramatúrgica de Norge Espinosa Mendoza, Yarini «descansará en paz» todo el mes de agosto, y regresará nuevamente en septiembre, a la sede de la compañía, el Teatro Trianón, de El Vedado.

Como siempre sucede con las puestas en escena de Carlos Díaz, la de Réquiem por Yarini no deja de sorprender. Esta, en particular, hay que verla incluso varias veces, para «agarrarla» en todo su esplendor y trascendencia. Hay intenciones, composiciones grupales, intertextualidades, acciones simultáneas de gran belleza plástica, importantes y notables entradas y salidas de personajes que en una sola «lectura» pudieran pasar inadvertidas; todo esto revestido de la encantadora poética de Carlos Díaz –la desacralización de todo, la ambivalencia, el homoerotismo, la irreverencia…–, uno de nuestros más importantes y polémicos creadores, que jamás nos deja indiferentes.

El Yarini de Carlos Díaz no es solo una puesta en escena inteligente y lúcida, además de impactante; es, sobre todo, un homenaje a lo más enaltecedor del teatro cubano (desde La casa de Bernarda Alba, de Berta Martínez, hasta la Mariana Pineda, de Roberto Blanco). Un tributo ¡a la cultura cubana toda! (Rita Montaner, Barbarito Diez, María Teresa Vera, Ignacio Cervantes –emociona escuchar su Adiós a Cuba, cuando Yarini, dirigiéndose al público, exclama: ¡yo soy de San Isidro, soy de toda La Habana, que es mi ciudad!–, Dulce María Loynaz). Se me antoja que en su elegante y pausado decir, en la aristocrática delicadeza de sus modales, Verónica Lynn, como la Dama del velo, evoca a la poetisa.

Gran espectáculo Réquiem por Yarini, que nos trajo al estupendo Louis Lotot, de Georvis Martínez; a La Jabá, de Antonia Fernández, que fue creciendo en cada actuación, y Giselle Sobrino –debió debutar en el papel inesperadamente, ante una repentina indisposición de Antonia–, a Fredy Maragoto –muy convincente como la Dama del velo, papel «in travesti» que interpretó también Fernando Hechavarría, al que no pude ver en esta oportunidad–, y nos reveló, en el personaje del legendario y apasionado souteneur, a cuatro intérpretes bien distintos: desde el autoritario «hombre a todo» de Denys Ramos, Roberto Romero o Carlos Migueles, hasta el joven elegante, de cierta nobleza y refinamiento, de Fernando Ramírez, concepción también muy válida, si tenemos en cuenta que Yarini es un hombre de un gran poder de seducción, que «procede de buena familia, respetable…», con una «misteriosa atracción que lo lleva al corazón de las mujeres», sin olvidar que el verdadero (Alberto Yarini Ponce de León) poseía una educación esmerada, que había culminado en Estados Unidos, y disfrutaba ir en las noches a la Ópera.

 Réquiem por Yarini es, sin duda, de lo mejor y más logrado en la escena teatral habanera de los últimos años y, por suerte, regresará muy pronto con el debut de varios actores en los papeles principales.

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