El Casino Campestre cambió su rutina. Esta semana en el parque urbano más grande de Cuba hubo kioscos, carpas, sillas, micrófonos y libros, libros buenos y asequibles en las manos de la gente para aquí y para allá. Un cartel lo anuncia: llegó a Camagüey, la cuna de la literatura cubana, la 32 edición de la Feria Internacional del Libro.
La samba y la salsa se mezclaron desde el primer día; pero no solo fue samba, Brasil, país invitado de honor, también trajo sus buenos títulos y una cultura inmensa de la que a los cubanos nos ha llegado influencia fundamentalmente a través de las telenovelas.
Por estos días también se realizó un merecido reconocimiento a dos escritores camagüeyanos, a los que esta provincia dedicó su feria, Sergio Morales Vera y Juan Antonio García Borrero (Juani); el primero un escritorazo de pies a cabeza, de los más prestigiosos de nuestras letras; el segundo, un fiel defensor de la utilización de las tecnologías en función de la cultura y de la literatura.
Muchos jóvenes escritores, poetas, narradores, se adueñaron de los principales espacios de lecturas, como si de mandar un mensaje se tratara: el futuro de las letras en Camagüey está seguro. Muchachas y muchachos, salidos de los talleres literarios o de grupos de formación literaria como Última hoja y La rueda dentada, algunos con libros publicados ya, otros en ese empeño, aliviaron con puro amor y romanticismo las preocupaciones de la vida cotidiana de quienes acudieron allí a alimentar el alma.
Nuestra orgullosa cubanía transversalizó cada jornada y, por si fuera poco, los días en la sede central cerraron a ritmo de los campos; una ya habitual terraza campesina puso a disposición de quienes se llegaban o pasaban cerca, pies forzados, contralecturas, tonadas y décimas, improvisadas o reposadas, que reafirmaron que el arte es un reflejo de la sociedad y una manera para interpretar los tiempos que corren.
La Feria genera un ambiente cultural que no debiera tener que esperarse al 2025 para llegar y plantar carpas y hablar de literatura, compartir, recomendar un buen libro, o simplemente leer poesía a viva voz, porque la falta de electricidad no impidió que se leyeran buenos poemas y que la gente los aplaudiera.
Ojalá no tengamos que esperar a la 33 edición del evento literario más importante de Cuba, para respirar buen arte y alta cultura al alcance de todos, a la vuelta de la esquina, allí en el parque urbano más grande de Cuba, donde, al menos por unos días, no hubo carritos a precios impagables y sí buenos textos que le recordaron a muchos que en la cuna de Espejo de Paciencia, la gente quiere respirar el olor a los libros y sentir el inconfundible sonido de pasar sus páginas y crecer.












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