ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Internet

En lo que fuera el hospital de Santa Isabel de Matanzas, hoy hospital docente ginecobstétrico José Ramón López Tabrane, se conserva una pequeña celda, y con ella el aliento triste de las últimas horas vividas por Gabriel de la Concepción Valdés.

De allí fue al fusilamiento. Por la espalda recibió los disparos fatales el supuesto implicado en la Conspiración de la Escalera. Era 1844 y él tenía apenas 35 años. Se dice que, camino a la muerte, recitaba los versos de Plegaria a Dios:

Mas si cuadra a tu suma omnipotencia / que yo perezca cual malvado impío/ y que los hombres mi cadáver frío / ultrajen con maligna complacencia, / suene tu voz, y acabe mi existencia… / ¡cúmplase en mí tu voluntad, Dios mío!

No era la primera vez que resultaba preso, siempre por motivos confusos. Todo parece indicar que el delito de quien era ya conocido ampliamente por su seudónimo literario, Plácido, tenía que ver, más que con sus acciones, con su ser: expósito, mulato, popular, y, a veces, poeta de versificaciones atrevidas en medio de composiciones «oficiales»; y todo ello en una Cuba colonialista, esclavista y racista.

Gabriel había nacido bajo el signo del infortunio, en 1809–hace hoy 215 años–, fruto de la relación entre un peluquero mestizo y una bailarina española. La madre lo abandonó en la casa cuna, y aunque el padre lo recogió al poco tiempo, llevó siempre el apellido Valdés, como marca de su origen.

Tuvo varias ocupaciones para sobrevivir, y alcanzó singular maestría en la confección de peinetas de carey, gracias a la cual se trasladó a Matanzas.

Aquella ciudad era entonces capital poética de la Isla y Gabriel, cuya educación no pudo ser sino irregular, aprovechó su don innato para versificar. El primer éxito público lo tuvo en 1834, con el poema La siempreviva.

Como se apunta en la Historia de la literatura cubana (Editorial Letras Cubanas, 2022), del Instituto de Literatura y Lingüística: «En gran medida él era un artesano, y los versos también eran un producto de su habilidad en el oficio. (…) Él hacía versos para vivir, y vivir mal…»; no obstante, «supo legar una obra poética de singulares valores aún vigentes».

Si bien buena parte de sus textos estaban dedicados a loar a ciertos privilegiados, en un poema escribió: yo engaño al que me esclaviza / por conservar mi existencia. Cuando José María Heredia le ofreció ayuda para radicarse fuera de Cuba, declinó el ofrecimiento.

Los expertos han resaltado de sus composiciones –entre ellas, A una ingrata, Jicotencal, La flor de la caña, Muerte de Gessler– el sentido del ritmo y la plasticidad de su imaginación lírica, así como la sonoridad cadenciosa y sensual. Inscrito en la primera generación romántica, fue el poeta cubano que más ediciones tuvo durante el siglo XIX.

Aquel que quería de mirtos adornar con ramas un corazón que lo idolatrase ciego, hubiera podido llegar mucho más lejos en su andar literario, si todas las limitaciones de una época no hubiesen truncado su evidente talento.

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