«Tendré pronto mucho dinerooo» –se pavonea el diablo.
–¿Lo ganarás trabajando?
–pregunta ingenuo Opalín.
–Claro que no, tonto –replica el que se dispone al asalto–, voy a quitarte ahora lo que ganaste con tu trabajo.
Es la antesala del desenlace de una historia que enfrenta a la maldad con el bien, a la
honradez con el deshonor; a la buena fe con la infamia.
Opalín y el Diablo es el título del cuento para teatro, escrito por el titiritero argentino Fernando Diel. En la Cruzada teatral Guantánamo-Baracoa lo recrea su amigo, el actor Eldys Cuba.
Salidos del morral en el que carga el titiritero sus historias, Opalín y el Diablo es una mezcla de ingenuidad, picardía, y de maldad en el caso del señor de los cuernos, «un diablo de mentiritas» que se disfraza para engañar y asustar a Opalín, quien viene de su trabajo con mucho y bien ganado dinero.
«Lo voy a asustar/ lo voy a asustar / pues toda la plata le quiero quitar /…, tararea el que tiene apariencia de Satanás. «Y ustedes, ¿me van a ayudar?» –le pregunta a la multitud infantil que tiene por público.
–Nooo –responden los pequeñines.
–Que sí, que sí.
–Que no, que Nooo.
Es así como un tercer personaje: los niños y niñas espectadores, toman cuerpo y actitud dentro de la obra, negándose a hacerse cómplices del bribón.
Hay comicidad, tanto en el tono –ya burlón, ya ingenuo– de las voces como en la gestualidad que les transmite el titiritero a los títeres; «no los escogí –deja claro Eldys Cuba–, los títeres me escogieron a mí; les doy las gracias porque satisfacen mis inquietudes de artista».
«Me gusta que el público disfrute y aprenda a la vez, y que a entienda el lenguaje del arte; es lo que veo que sucede con obras como esta, con la que he sido testigo de reacciones a veces insólitas por parte de los espectadores de acá».
Traída por los recuerdos, una prolongada sonrisa del autor interrumpe el relato; lo retoma sin abandonar la sonrisa: «En el Maquey de Santa Catalina, hace unos cuantos años, un niño vio al diablo y salió del escenario a toda carrera; en Puriales de Caujerí unos pequeños le cayeron a pedradas al mismo personaje, y en Maisí una señora muy entrada en edad, lo agarró por el cuello, con rabia, para asfixiarlo.
«Que hoy nada de eso suceda es un medidor de la evolución que la Cruzada va logrando en sus públicos; es una de nuestras premisas educar, formar gustos estéticos, darles molde, enseñarlos a que aprecien el arte. Para eso seguiré con mis títeres a cuesta, sin reparar en los obstáculos del camino; encontrar a quienes me esperan lo compensa todo».
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