YATERAS, Guantánamo.–Como si no le bastara ser parte de las Ruinas francesas, por el empedrado camino de Los Naranjos van y vienen historias de aparecidos y de sueños enigmáticos, tejidos de un imaginario que hacen más atractiva a la legendaria comunidad.
Loma arriba, Africano y Palomo, dos bueyes «multioficio» del lugareño José Ángel Gallo, hacen gala de sus dotes frente a las pendientes altísimas, nutridas de baches y de miles de piedras patrimoniales devenidas obstáculos por la degradación del camino al que en días lejanos le daban consistencia y belleza.
Mientras, la colombiana Dora Malo; «el compadre Severino», labriego y músico aficionado del barrio, y el autor de estas notas cruzadas, degustaban las «revelaciones de José Ángel», al «volante» de la «yuntón» que, de Felicidad de Yateras nos condujo a la otra felicidad: esa que se siente al llegar a este singular paraje. «E'to cafetale' tan rodia'o de oro y plata enterrada; lo' dueño de eso' tesoro' son muerto, pero alguno se lo dan en sueño a gente de por aquí; eso sí, ponen una condición dura».
–¿Cuál? –le pregunta Dora, la colombiana.
–A cambio de un ser querido.
«Hubo un muerto que parece que era fajón –interviene el compadre Severino– y dicen que se la ofreció no sé a quién, si se fajaba con él; el hombre aceptó la piñacera y pudo tener el tesoro».
Salimos a un claro, «Cuatro camino' –dice José Ángel–; la gente suelta aquí lo' trabajo' del curandero, pa' quitarse cualquier chicotazo», añadió, antes de que Mario Rojas hablara de los Altares de la Cruz.
«Son pa' pagarle a la Virgen de la Caridad sus milagros. Se hace el altar y una competencia en verso. Hay que cantarle a nuestra bandera, al tocororo y a la paloma. Se premia al primer lugar con una bandera. Yo he ganado tre' veces -dice-, y también en competencia de caldosero y to'tador de café. Los altares empiezan así: Virgen de la Caridad / te pagamos la promesa / queremos felicidad / y que nunca haya tristeza.
«Y si la fiesta se tarda: Son las dos de la mañana / madrina, el gallo cantó / le voy llevando las horas / como si fuera un reloj, y ahí termina el altar».
Se siente envidia por esta gente laboriosa y noble, aferrada a sus tradiciones como las ramas al árbol. Compartir su alegría y contemplar los dones de la naturaleza que los rodea, convence. En Los Naranjos los tesoros existen, pero no enterrados.
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