ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
José Antonio Chávez. Foto: Jorge Enrique Jerez Belisario

«Después de alfabetizar, me dieron el derecho a una beca y opté por la actuación. Entre otras cosas, quise ser actor. También había estudiado Artes Plásticas. Ya en la escuela de Instructores de Arte nos llevaron a ver una función del Ballet y me enamoré». Así, como un amor a primera vista, llegó el maestro José Antonio Chávez a lo que es hoy su vida: la danza.

«Desde que vi las zapatillas por debajo del telón, me encantó su mística, y cuando empezó la función, me dije: esto es lo que yo quiero ser, quiero bailar y todo lo que hice estuvo en función de lograrlo. Encontré mi realización en mover el cuerpo, no pensé nunca que me fuera a convertir en maestro, y menos en coreógrafo». Sin embargo, por una de esas cosas de la vida, cuando aquel joven bailarín se encontraba en su mejor momento, sufrió un accidente que lo obligó a repensar lo que quería ser dentro del ballet.

«Me impactó un carro, tuve múltiples lesiones que me tuvieron un año y medio alejado del baile y, cuando volví, no era igual. Me di cuenta de que no podía hacer lo mismo. Hablé con Fernando Alonso y me propuso pasar a hacer personajes de carácter, que no tienen tanto de danza, y sí de actuación.

«Confieso que, al principio, no me gustó la idea; pero después me fui adentrando y fue así como hice Mi mamá Simón, que muchos entendidos me han dicho que es la mejor interpretación de este personaje. En ese nuevo rol me llamó mucho la atención la acción de buscar un resultado en un cuerpo ajeno, y me fui inclinando por el arte de coreografiar. Es muy gratificante ver cómo lo que uno piensa se refleja después en los cuerpos de los bailarines. Así me inicié como coreógrafo, con mucho temor a que las cosas no salieran como pensaba».

Chávez, según los especialistas, apuntaló el trabajo coreográfico del Ballet de Camagüey, y sus obras son verdaderos aportes a la cultura local y nacional. «Me vi ante retos como el de hacer una versión de Gisselle, diferente a la que se bailaba en La Habana; la compañía bailaba la versión de Alicia, pero de este guajirito a Alicia va mucho. Lo importante fue que, durante el estreno en España, la crítica la recibió muy favorablemente.

«Yo pienso que en el crecimiento y consolidación de la compañía tuvo mucho que ver mi trabajo coreográfico, porque los demás se fueron y yo me quedé; tanto en la gran creación para el Ballet, como en obras para fechas puntuales, aniversarios y actividades, a veces hasta con poco tiempo.

El Maestro confesó qué lo hizo permanecer en Camagüey: «Yo soy muy místico, y también pasé mucho trabajo para conseguir mi sueño. Combinaba mi trabajo como ayudante de mecánica en Talleres Lenin, y el baile. Una vez, sentado frente al Teatro Principal, prometí que si lograba entrar al Ballet jamás me iría, y aquí estoy».

No por merecido a veces se es justo. Para muchos, José Antonio Chávez merecía el Premio Nacional de Danza hace rato, aunque después de varias nominaciones develó, en este diálogo con Granma, que había dejado de pensar en tenerlo. Pero, demorado y todo, llegó por primera vez a esta región del país.

Él quiere todas sus obras por igual, pero recuerda con especial cariño Ofelia y Alfonsina. En todas, reconoce, ha dejado un poquito de la persona que es. «El coreógrafo tiene que tener una cultura general vasta, tiene que saber de teatro, de música, de artes plásticas… y hoy me preocupa que veo poco interés en aprender».

Chávez, a modo de moraleja para quienes se inician en la danza, dijo: «Triunfar en este mundo lleva sacrificio y una vida dedicada a eso. Allí están las claves».

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