ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
La marímbula en el Caribe fue ganando peso como base rítmica. Foto: Tomada de Reddit

Mientras muchos esperan el desenlace de los conflictos anudados a lo largo de El derecho de soñar, ya en la recta final, no puedo pasar por alto un detalle que se ha ido deslizando, y reiterado más de vez, en la relación empática establecida entre Esther de la Osa (Verónica Lynn) y Albertico (Rodrigo Quiñones), el hijo de Daniela. Aquella le muestra y se desprende de un instrumento al que llama marímbula y, absolutamente, no lo es.

Pareciera detalle menor, pero la denominación entraña una distorsión que atenta contra el conocimiento real de la historia de la música cubana. El artilugio de juguete que la actriz regala al pequeño es el remedo de una marimba –ojo y oído atentos–, que difiere en sonido y funciones de la marímbula, aun cuando comparten afinidades en los orígenes.

La marimba se asocia, en sus variantes africanas y americanas, a los instrumentos de percusión genéricamente nombrados como xilófonos, por la naturaleza del material empleado (madera) y, en sentido más amplio, a la familia de los idiófonos, dado que el sonido se genera a partir de la vibración del propio cuerpo, sin apelar a cuerdas, membranas ni columnas de aire. Están formadas por piezas o láminas de madera, de tamaños diversos, ordenadas de manera que produzcan melodías y acordes.

Las marimbas que se conocen en América nos remiten a África –al menos se tienen en aquel continente tres tipologías establecidas solo en las culturas bantúes–, pero es indiscutible que en las tierras al sur del Río Bravo cobraron credenciales singulares, hasta llegar a fundamentar perfiles identitarios como los consolidados en el sudeste de México, los países centroamericanos, y el litoral del océano Pacífico, en Colombia y Ecuador.

En cuanto a la marímbula, no se ha visto en la novela, aunque estoy seguro de que más de un atento televidente, de los que sigue y disfruta con los exponentes tradicionales de la música cubana, ha aprendido que se trata de un instrumento sin el cual ciertas especies rurales, las que nutrieron después el complejo sonero, estarían huérfanas de ritmo.

Porque mientras que la marimba derivó, como ya explicamos, hacia un uso mayormente melódico –desarrollar líneas de canto–, la marímbula en tierras del Caribe fue ganando peso como base rítmica, dadas sus características constructivas: una cajuela rectangular de madera a cuyo orificio central se le adosan unas pocas láminas o flejes de metal, percutidos por los dedos del ejecutante sentado sobre el resonador.

Fue así que se situó como uno de los pilares de los conjuntos protosoneros, esos que en la región más oriental de Cuba interpretan el nengón, el quiribá y el changüí. No hay conjunto changüisero sin la presencia de la guitarra-tres, el guayo, el bongó de monte y nuestra marímbula.

Con el desarrollo y expansión urbana del son, la marímbula cedió espacio al contrabajo, pero en las formaciones típicas guantanameras y de otros territorios orientales, por tradición familiar transgeneracional, se han formado nuevos ejecutantes.

En cuanto a la telenovela, pudo evitarse el error. ¿Desliz de los guionistas? ¿Ligereza de la asesoría? Vaya a saber.

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