ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
El poeta Julián del Casal. Foto: Archivo de Granma

Julián del Casal (La Habana, 1863-1893) figura en las letras de Cuba e Hispanoamérica como una de las voces más genuinas del Modernismo, movimiento que, junto a José Martí y otros poetas del continente, contribuyó a fundar, a pesar de su prematura desaparición física, el 21 de octubre de 1893. A pocos días de conocer su muerte, Martí escribió en Patria un conmovedor artículo sobre Casal. En apretadas líneas apuntó: «Aquel nombre tan bello que al pie de los versos tristes y joyantes parecía invención romántica más que realidad, no es ya el nombre de un vivo».

 Martí no tuvo oportunidad de tratarlo, pero sin duda debió de haber leído los poemas de Hojas al viento (1890) y de Nieve (1892), libros en los que logró captar la enormidad del joven autor en la plural modernización de la poesía que se originaba en la región en el último tercio del siglo XIX. Como era habitual en nuestro Apóstol, no solo refiere algunos de los nuevos signos de Casal, a la vez, señala su propia visión sobre la poesía del momento: «El verso, hijo de la emoción, ha de ser fino y profundo, como una nota de arpa. No se ha de decir lo raro, sino el instante raro de la emoción noble y graciosa. Y ese verso, con aplauso y cariño de los americanos, era el que trabajaba Julián del Casal».

 Tampoco falta en el texto la voz acusadora de Martí contra el colonialismo español: «Murió el pobre poeta y no lo llegamos a conocer. ¡Así vamos todos en esa pobre tierra nuestra, partidos en dos, con nuestras energías regadas por el mundo (…)!».

También Dulce María Loynaz habló con pasión sobre Casal, en 1953. En una memorable conferencia pronunciada ese año en Salamanca (España), e intitulada Influencia de los poetas cubanos en el modernismo, luego de destacar el excepcional papel de Martí en el origen de esta revolución poética, subrayó igualmente la relevancia de Casal como iniciador del cambio aludido, juicios dirigidos al mismo tiempo a despejar las dudas de cierta crítica, empeñada en erigir al gran poeta nicaragüense Rubén Darío como el «único» fundador del movimiento.

 En este sentido, Casal sobresalió por la exquisitez de su poesía, por exigir al poema elegancia e introducir nuevas formas rítmicas y versales, o por recuperar inusuales estructuras métricas. Cuidó la funcionalidad y belleza de sus imágenes, símbolos y metáforas. Asimismo, recuperó el eneasílabo, «verso duro e ingrato» que él y Darío «sacan de la sombra». En opinión de Dulce María, Casal lo utilizó para expresar el ambiente de la poesía; en Tardes de lluvia (Bustos y rimas, 1893, póstumo), el ritmo versal se torna onomatopéyico, al dar la ilusión del repiqueteo de la lluvia sobre cristales.

 En sus Cromos españoles, poemas de Nieve, Casal rescata el dodecasílabo, verso que después empleará Darío. Nuestro lírico logra consonantes extremos y tercetos monorrimos. Pero, como bien afirma la Loynaz, los admirables tercetos del poema En el campo (Bustos y rimas), «que sirvieron de modelo a Rubén para los suyos», alcanzan su vuelo mayor en las ideas que, con fina ironía, transmiten estos versos: Tengo el impuro amor de las ciudades / y a este sol que ilumina las edades / prefiero yo del gas las claridades. Es esta idea, entre otras innovaciones suyas, noción esencial del modernismo que Casal ayudó a gestar. Ahora, próximo a cumplirse 160 años de su natalicio y a 130 del fallecimiento, se comprende quizá mejor por qué Dulce María Loynaz calificó a Julián del Casal como un misterio de las letras cubanas.

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