ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Fotograma de la serie

Chloe debe haber despertado en algunos un relente nostálgico. Echando el tiempo hacia atrás, tropieza con Rebecca, el clásico de Alfred Hitchcock. Puro y lejano sabor de boca. La serie británica que acaba de programar Multivisión únicamente se emparenta con la película por la vía del juego de identidades usurpadas, nada más.

¿Estamos ante un thriller? Hasta cierto punto, si nos atenemos a la sintaxis externa. Chloe va mucho más allá. Es la confrontación entre mundos antagónicos que conviven en una misma realidad. De una parte, el glamoroso ámbito de la industria de la moda, el mercado del arte, de la mercadotecnia política y de las apariencias promovidas desde las redes sociales. Del otro lado, la grisura de una vida sin estímulos, sin movilidad social, supuestamente condenada a repetir diariamente la misma rutina, con el agravante de la precariedad material y un conflicto familiar, el de una madre demente, que se agudiza.

El tránsito de uno a otro extremo es el que cubre la peripecia de la protagonista. Becky Green tuvo alguna vez una amiga que llegó a instalarse en las altas esferas de la sociedad de consumo, Chloe Fairbourne. La ha seguido por Instagram y cree en el éxito social de la antigua compañera ocasional. Pero una noche Chloe llama al celular de Becky y esta no responde; al día siguiente, se entera que Chloe ha muerto. ¿Suicidio? Por ahí va una parte de la trama, pero no la fundamental.

El peso de la progresión dramática de una obra escrita minuciosamente por Alice Seabright, recae en cómo, para llegar a Chloe, Becky se inventa un personaje al que nombra como una hermana menor ahogada en la bañera, Sasha. Cien puntos para Erin Doherty, la actriz. Comienza entonces el juego de las simulaciones no solo por parte de la protagonista, sino por todos los que orbitaban alrededor de la muchacha que terminó al fondo de un acantilado.

Lo que parece, no es. Barnices y maquillaje ocultan la naturaleza de las personas. La fatalidad de Chloe –suicida al fin, pero indudablemente compulsada por una galopante infelicidad y el desmesurado afán controlador de su marido– la lleva a intentar un último recurso: reconectarse con Becky, es decir, con un pasado pobre, pero entonces más armonioso. La desgracia de Becky se nutre del ruido ensordecedor de las redes digitales, que promueve las líneas más superficiales del éxito. Es por eso que Becky termina fundiéndose con Chloe, una vida desperdiciada por una falacia mítica.

Al presenciar el capítulo final, no pude menos que evocar un pasaje del célebre poema Oración por Marilyn Monroe, del maestro Ernesto Cardenal: «Señor: quienquiera que haya sido el que ella iba a / llamar y no llamó (y tal vez no era nadie / o era alguien cuyo número no está en el / Directorio de Los Ángeles) / ¡Contesta Tú el teléfono!».

COMENTAR
  • Mostrar respeto a los criterios en sus comentarios.

  • No ofender, ni usar frases vulgares y/o palabras obscenas.

  • Nos reservaremos el derecho de moderar aquellos comentarios que no cumplan con las reglas de uso.