ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Obra El intelectual Foto: Marcelo Pogolotti

¿Cuántas preguntas se hace –nos hace– ese hombre sentado frente a la máquina de escribir, ante la página en blanco, como quien escruta los signos de la época, la disyuntiva que debe despejar? ¿Cuánta similitud con las tareas, interrogantes y caminos por los que ha de transcurrir un creador en estos tiempos, que no son los mismos –eso lo sabemos– a los que dieron lugar al cuadro en 1937, pero en los que volvemos a plantearnos tomar partido frente a los complejos y apremiantes desafíos de hoy?

Entonces el fascismo estaba a la orden del día; ahora el neofascismo avanza, y cobra nuevamente sentido cómo actuar ante la descomposición del mundo. ¿O acaso no resulta válido alertar, proponer, asociar el arte, en sus más depuradas expresiones, a los valores humanos que nos toca defender? Tal es la lectura a que nos convoca el cuadro El intelectual, de Marcelo Pogolotti.

Entre quienes han marcado con una huella indeleble la visualidad cubana se halla Pogolotti. Al conmemorarse este 25 de agosto 35 años de su muerte, su obra pictórica ocupa un sitio prominente en el panorama de las artes plásticas, por su permanente actualidad y la fuerza de un legado vinculado a las más auténticas vanguardias del siglo XX.

Basta con asomarnos, en las colecciones del Museo Nacional de Bellas Artes, a algunas de sus piezas emblemáticas. Revisitemos sus lienzos impresionantes, ejemplares síntesis de perspectiva social y exacta composición espacial; redescubramos sus dibujos, como los de la serie Nuestro tiempo, en la que, en los inicios de los años 30, avizoraba el rumbo comprometido que tendría su pintura.

Detengámonos en Paisaje cubano, obra de 1933, cuyo relato puede ser cercano a quienes se hallan familiarizados con el pop y las historietas; solo que en este caso no hay lugar para interpretaciones ambiguas: es la realidad dura y cruda de una república despedazada, interpretada magistralmente con los recursos aprendidos de las experiencias futuristas vividas durante sus años europeos.

No deja de ser una hazaña creativa que la saga visual de Pogolotti se circunscriba temporalmente a apenas dos décadas, desde su iniciación hasta la pérdida de la visión en 1938. Ese plazo fue suficiente para que el artista haya sembrado en nosotros la inquietud y la excelencia.

Otra importante lección se desprende de su vocación identitaria: vivió y creó la mayor parte del tiempo fuera de la Isla, pero nunca dejó de ser ni de sentirse cubano ni de abstraerse al destino de Cuba. De ahí que digamos siempre: nuestro Pogolotti.

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