La segunda temporada de Doc, una nueva vida (o para ser más exactos, Doc, en tus manos) confirmó algo que adelantábamos al final de la primera: esta no es una serie médica al uso, como las tantísimas que han venido ocupando la programación dramática televisual de las últimas décadas; la diferencia radica en las reacciones humanas, en la calibración de respuestas ante situaciones de muy diverso tipo que se dan entre los profesionales de la Salud (extensivas a otros sectores laborales, solo que en este caso se trata de uno altamente sensible) y el resto de la sociedad (pacientes, familiares, juristas, suministradores de equipos e insumos), lo mismo en condiciones extraordinarias como aparentemente normales.
Sobre la trama de los 16 episodios –producción de Lux Vide y RAI, escrita por Viola Rispoli y Francesco Arlanch; dirigida por Beniamino Catena y Giacomo Martelli, y estrenada en 2022– planea la dolorosa experiencia de la pandemia de la COVID-19, que en Italia, como se sabe, dejó profundas heridas no del todo cicatrizadas ni en términos materiales ni espirituales. El departamento de Medicina Interna de un prestigioso nosocomio milanés es el escenario de los acontecimientos.
La reinvención del profesor Andrea Fanti (Luca Argentero al filo de la contención interpretativa), iniciada en la primera temporada, cuando perdió la memoria y tuvo que aprender a ser humano, se completa en medio de dificultades y trapisondas. Pero no es el único; las tensiones entre libertad y responsabilidad, egoísmo y consagración, apuesta individual y compromiso colectivo, se disparan continuamente en cada uno de los miembros del equipo que rodean al Doc, veteranos y recién llegados, gente que cree en él, descree y de nuevo vuelven a creer.
El aprendizaje humano va mucho más allá de diagnósticos difíciles y arriesgadas opciones terapéuticas. Dos capítulos revelan con particular intensidad lo que los realizadores de Doc, una nueva vida, desean compartir con la audiencia. En Perro azul, el doctor Lorenzini decide sacrificarse ante la insuficiencia respiratoria letal de su vecina de hospitalización y cede su bombona de oxígeno.
Aun cuando en el transcurso de los episodios restantes la tómbola argumental gire en torno a la pertinencia o no del manto protector que el doctor Fanti tiende sobre el hecho para salvaguardar a su hija, involucrada en el hecho, y a la justificada o injustificada alteración del registro clínico, no se debe pasar por alto la elección de Lorenzini; el joven llevó a cabo la máxima entrega, morir para que otro viviera.
El capítulo final, a más de poner ciertas cosas en su sitio, refuerza la línea ética. Quizá de modo muy peliculero los guionistas resolvieron el justo castigo al intendente Caruso, vendido a una transnacional y responsable de la falta de suministro de oxígeno en medio de la pandemia; el reencuentro amoroso de Elisa y Gabriel, casados nada menos que por el párroco que estuvo a punto de despedirse del celibato cuando apretó el confinamiento, y la reivindicación de Fanti al frente del departamento. Recordemos que antes de los culebrones, en Italia nació el melodrama.
Pero allí se deslizaron dos verdades que deben ser abrazadas como un templo: dos valen más que uno y diez que cinco, es decir, la colectividad está por encima de las diferencias; y los agentes patógenos mutan, las mujeres y hombres se caen y se levantan, pero el sentido humano de la Medicina no cambia, o mejor dicho, no debe cambiar si es que respondemos a nuestra condición humana.












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leticia dijo:
1
11 de julio de 2023
08:45:53
yadira dijo:
2
11 de julio de 2023
08:55:06
Niurka dijo:
3
11 de julio de 2023
10:21:20
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