ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Una parte de mí acaparó tardes, noches y madrugadas de Multivisión. Foto: TOMADA DE TELEVISION.COM.OR

A nadie le extrañe el gancho de Una parte de mí, nombre con el que cierto sector del mercado hispanohablante recibió la telenovela Kaderimin yazildigi gun, cuya traducción literal es El día en que mi destino fue escrito. Turquía ha desarrollado en algo más de 20 años una pujante industria audiovisual en la que el género ocupa una posición de vanguardia en cuanto a ventas y difusión internacional, como para decirle a México y Brasil que tengan cuidado, porque la fórmula que saltó de la radio al éter, a mediados del siglo pasado en América Latina, con raíces cubanas, se mantiene intacta en la nación puente entre Asia y Europa.

En la producción que acaparó tardes, noches y madrugadas  de Multivisión, como para que ni horarios laborales encontrados, ni dificultades domésticas ni contingencias electroenergéticas impidieran verla, se dan las características básicas del género: la lucha del bien contra el mal, del amor contra el desamor, de la lealtad contra la traición, y de la bondad contra la ambición.

Las reglas de juego son inconmovibles; las tomas o las dejas. De aceptarlas, poco importa que el final sea previsible; los buenos ganan, los malos pierden. La seducción pasa por el cómo, no por el qué ni el porqué. Kahraman y Elif saldrán adelante; Defne y Masut, castigados, aunque, a decir verdad, la maldad de este último sea patológica y digna de atención siquiátrica como la que recibe Soner. Sin olvidar a otro loquito antológico, Kerem, olímpicamente compulsivo hasta morir de la bala que mandó a disparar.

Esta telenovela turca avanzó y retrocedió, mordiéndose la cola. Elif impuso récord como víctima de secuestros. La suegra Kymet pasó de urdir los planes más retorcidos a ganarse un nuevo espacio en la consideración familiar. No solo en este caso las conversiones y reconversiones estuvieron a la orden del día: una Meryem súbitamente arrepentida; un oscilante e imprevisible Jakub; su hija experta en zancadillas contra el amor de Selim y Melek, y de pronto su hada madrina; y una Sukran que parecía ser uno de los personajes mejor diseñados –cualquier parecido con gente que usted conozca en el barrio o centro de trabajo no es pura coincidencia– hasta que depone sus armas en los capítulos del cierre.

Todo vale para entretener, es la divisa de los realizadores, que tiene como corolario el ejercicio de no pensar, contra el cual la más mínima intención crítica se estrella ante la aceptación masiva del producto, con independencia de burdos recursos expresivos, entre los que llaman la atención la saturación de close-up para atrapar gestos y muecas repetitivos, la recurrencia desmedida a chismes e historias escuchadas detrás de las puertas y la pobre dirección de actores.

No puedo dejar de observar al menos otras dos cuestiones. Una, el fuerte compromiso de la producción con el conservadurismo. Si tan solo se tratara del recato y el pudor imperantes en esos amantes que no besan. El machismo y el patriarcado no se discuten. Dos, los ejércitos privados. Sea un Yorukan o un Karakoyunlu, unos para el bien, otros para el mal, huele a mafia la protección de las familias y los vínculos de estas con los poderes judiciales y policiales. ¿Será que la telenovela, por mucha carga ficcional, no puede desprenderse de reflejar parte del entorno en el que viven y trabajan actores y realizadores?

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