Alrededor de las tres de la tarde, cada día, cualquier transeúnte por los barrios de las ciudades cubanas puede seguir el rastro de quienes sintonizan la novela turca Una parte de mí. La música inunda el aire, una música inconfundible. En menor grado, sucede lo mismo a altas horas de la noche, con su retransmisión. Ahora bien, si usted es de los telespectadores que tres veces a la semana dedican la sesión nocturna de Multivisión a desentrañar la trama de Marasli, otra producción de la nación euroasiática, quizá sea víctima de un espejismo auditivo, al no diferenciar las bandas sonoras de una y otra propuesta seriada.
Un hecho es evidente: la música en los audiovisuales turcos desempeña un papel preponderante, avasallador, más que en producciones de otras procedencias proyectadas en la pantalla doméstica, donde la música, por muy presente que esté, se amolda al acompañamiento dramático y no lo sobrepasa.
Es como si la industria televisual turca se hubiera detenido en los procedimientos al uso del Hollywood de la medianía del siglo pasado y un poco antes, cuando no se concebía una acción en la pantalla sin que se hiciera explícita desde el sonido.
Fue esta una línea cultivada por compositores como el austriaco Max Steiner, que arropó con grandilocuencia el larguísimo metraje de Lo que el viento se llevó (1939), o el inglés Malcolm Arnold, con las marchas que identificaron los planos de El puente sobre el río Kwai (1957), o el francés Maurice Jarre, que enervó a los espectadores con la partitura de Lawrence de Arabia (1962).
Más acá en el tiempo, el éxito ha sonreído a aquellos que han sido capaces de pegar uno o más temas con tanta o más fortuna que las películas por sí mismas, al punto que uno las recuerda por el oído, tal como ocurre con los soberbios temas de John Williams para las sagas de La guerra de las galaxias e Indiana Jones.
Las telenovelas introducen una dinámica particular, no porque haya que echar mano a más cantidad de música –en realidad los autores, como se escucha en las novelas turcas, entregan tres o cuatro temas a lo sumo– sino porque la variable reiteración, dada la duración del material, pone a prueba la eficacia de las partituras.
En las telenovelas se tensa al máximo la aspiración de lograr que el espectador entre a formar parte del universo imaginario de la pequeña pantalla. En su indagación acerca de la función de las bandas sonoras en la televisión, la profesora española Eva Navarro subraya cómo, ante la supuesta objetividad de la imagen, la música aporta la manifestación subjetiva de esa objetividad.
Aytekin Atas, autor de la música de Una parte de mí –delegó algunos temas a Erden Dogan–, maneja el cuadro sonoro a partir de dos ideas fijas: subrayar la función dramática en un caso, y en otro propiciar una atmósfera lírica. Rítmica feroz, con efectos enfáticos, y arrobamiento melódico; la primera como comodín a las secuencias que apuntan a las intrigas interminables, la otra para redundar en las miradas almibaradas de Elif y Kahraman. Idéntica lógica opera en la banda sonora de Atakan Ilgazdag para Marasli.
Eso sí, los compositores citados hacen honor a elementos extraídos de la tradición turca, aun cuando se valgan de formatos orquestales que responden a la evolución de la música occidental y acudan, para su plasmación, a probados organismos como el de la Sinfónica de la Ciudad de Praga. Atas, Dogan e Ilgazdag dominan con maestría los códigos instrumentales empleados.
El problema no está en ellos, sino en la utilización de sus aportes por los realizadores. Con conocimiento de causa, el viejo Steiner dijo alguna vez: «Cuidado con demasiada música; abrumas la película y los diálogos. Y entonces pierdes la dinámica emocional. La partitura es mejor cuando se siente, no cuando se escucha».










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idania dijo:
1
30 de mayo de 2023
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Francisca dijo:
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31 de mayo de 2023
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31 de mayo de 2023
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el tunero dijo:
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31 de mayo de 2023
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31 de mayo de 2023
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niorkis dijo:
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1 de junio de 2023
18:45:52
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