ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Fotograma de la serie El resplandor.

Por mucho que uno quiera establecer distancia ante cada uno de los episodios de El resplandor, producción estadounidense seriada que en su pase por nuestra pequeña pantalla atrajo la atención de empedernidos noctámbulos, resulta inevitable la comparación con la obra homónima de Stanley Kubrick.

La serie se estrenó en 1997, 17 años después de la película. Al contrario de esta, posee la bendición (y el guion y la producción) del autor de la novela que sirvió de punto de partida, el prolífico Stephen King, a quien no complació la versión de Kubrick, con quien se desentendió desde el mismo inicio del proyecto.

A Kubrick no le cuadró lo que le llegó de manos de King –alguna vez comentó que parecía más literatura que cine– y buscó la colaboración de Diane Johnson, especialista en la llamada narrativa gótica. El cineasta aseguró su libertad creativa desde el mismo contrato con la Warner: podía hacer con el original de King lo que le viniese en gana. Si King era una firma establecida en el mercado editorial destinado a fomentar el consumo masivo, Kubrick había ganado espacio como realizador de culto, aclamado por la crítica, con obras como La naranja mecánica y 2001, odisea en el espacio.

King quiso poner al derecho lo que consideró torcido –una visión respetable pero muy personal; para algo era el padre de la criatura– y entró en tratos con la poderosa cadena abc. Le dio la batuta a Mick Garris, obsecuente adaptador de sus libros y oficiante entrenado en los tópicos del cine de terror, y fichó dos rostros con pegada pública: el de Rebecca de Mornay (La mano que mece la cuna) y el de Steven Weber, que estaba en la pupila de los  televidentes de la nación norteña por su prolongada participación en la serie Wings.

Luego del estreno, los medios de aquel país, como para nadar contracorriente, insistieron en que la versión de 1997 devolvía la solidez y efectividad del material primario, y que la serie de 1997 era buena, más que nada, porque estaba basada en una buena novela.

No voy a juzgar el texto literario ni a llevarme por el impacto que en su día y después dejó un filme en el que, al margen de infidelidades a la escritura y descontando la exacerbación imaginativa de Kubrick, se recuerda por el despliegue histriónico de Jack Nicholson, ante el cual Weber luce mucho menor.

La serie, simple y llanamente, no acaba de cuajar. El suspenso se prolonga con tensión demasiado sostenida en una sola cuerda como para saturar al telespectador. La ambientación del hotel Overlook, en un inicio imponente, pierde consistencia por reiteración de planos. Los efectos visuales y el maquillaje de los fantasmas, vistos a la altura de nuestra época, se muestran burdos, no por insuficiencias tecnológicas, sino debido a la chatura de su realización. El último capítulo dilató excesivamente su resolución, y el cierre, con la graduación del jovencito Danny y el guiño al espíritu corporizado del padre, no pasó de ser una concesión a la más socorrida fórmula del happy end.

King habrá ajustado cuentas con Kubrick, pero quedó endeudado con los telespectadores.

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Me encanta Barbara Eden dijo:

1

25 de abril de 2023

08:21:05


La serie no pudo compararse con la película.