Puede que el telespectador haya disfrutado Traición (GB-EE. UU., 2022, en el espacio dominical Alto impacto, en Multivisión). Puede que ponga reparos, si es un exigente seguidor de tramas policiales, a aspectos relacionados con el despliegue argumental. Pero al considerar el contexto en que se produjo y exhibió la serie, convendrá con este cronista acerca de la atmósfera antirrusa que atraviesa de arriba abajo la exposición, lo cual se corresponde con una tendencia sostenida en estos tiempos.
Nada nuevo bajo el sol. Antes de la existencia de la Unión Soviética, lo ruso fue visto y contado bajo el prisma del resquemor ante una cultura supuestamente bárbara, a pesar de Dostoiesvki y Turguénev, de Pushkin y Tolstói.
El historiador del arte José Antonio Valdés Peña, de la Universidad Nacional Autónoma de México, recordó cómo en 1912, en los albores del cine mudo, la película La creación de un ciudadano americano (Alice Guy Blaché, por cierto, la primera mujer en dirigir) relataba la conversión de un hombre ruso, abusador de mujeres y de mente obtusa, en un ser moral y materialmente renacido al recibir el influjo benéfico del modo de vida estadounidense.
Al observar la exacerbación de la rusofobia, desatada a raíz del estallido de la actual guerra en suelo ucraniano, un colega suyo, Ricardo Trujillo Correa afirmó, no hace mucho, que «por medio de los medios de comunicación y otras expresiones culturales, nos han creado esta construcción de pensamiento de lo ruso como todo lo ajeno, lo malvado, lo pervertido, lo mafioso».
En tiempos de la guerra fría, el bipolarismo geopolítico halló su correlato en la literatura, el cómic y el cine. No todos hilaron fino como John Le Carré con El espía que vino del frío; lo más frecuente consistió en derramar burdos arquetipos al estilo de lo que se dice en Rocky IV o Firefox, o en demonizar a los agentes de la KGB mientras se canonizaba a la CIA, el FBI o los M británicos.
Más de 30 años después de la caída del muro de Berlín, tal parece que no está bien tener simpatía hacia Rusia, ni siquiera en el mero plano de la cultura. No importa la postura que se guarde respecto al conflicto ruso-ucraniano. Se ha llegado a lo que sí es una verdadera barbarie: suspender representaciones de ballet y exposiciones de artistas rusos en Europa. El célebre teatro La Scala, de Milán, tuvo que plantar con firmeza ante la campaña del cónsul ucraniano en la ciudad italiana para que prohibieran el estreno de la temporada 2022-23 con Boris Godúnov, del notable compositor ruso Modest Mussorgski.
Y se han perpetrado actos de máxima ridiculez, como expulsar a los gatos provenientes de Rusia en el concurso europeo para seleccionar a los más bellos ejemplares felinos o insinuar que Hailey Bieber, sí, la hija del actor Stephen Baldwin y esposa del cantante Justin Bieber, es rusófila por publicar en las redes un retrato suyo en el que su rostro recuerda vagamente las facciones del joven Putin.
No es de extrañar que en la rocambolesca historia del personaje principal de Traición, el agente del MI6 Adam Lawrence (Charlie Cox) y su antigua colega (y amante) de los servicios rusos Kara Yusova (Olga Kurylenko) sean víctimas de un espía británico que se vendió al oro de Moscú.
Con ello, como principio y fin de todos los males, se difumina parcialmente la intención de los guionistas Matt Charman y Amanda Duke de complejizar el tejido narrativo (e ideológico, digamos las cosas por su nombre) al reflejar la bajeza ética de algunos políticos británicos, la ambición de poder y falta de escrúpulos de un titular del MI6 que nos remite al muy real estadounidense J. Edgar Hoover; y la descarada intromisión de la CIA en la vida de los protagonistas (si se meten en «oscuros rincones del mundo», nada extraordinario es que lo hagan en Londres).












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yoyo dijo:
1
4 de abril de 2023
08:10:05
Rosario dijo:
2
4 de abril de 2023
09:30:17
Telesforo (Deutschland) dijo:
3
4 de abril de 2023
12:20:11
Carlos Lobos dijo:
4
4 de abril de 2023
20:31:42
Pedro Hernández dijo:
5
5 de abril de 2023
14:34:37
Txiki dijo:
6
7 de abril de 2023
05:37:21
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