
Se acaba 2022 y no quiere esta sección, que procura mostrar al lector la hermosura de las letras, pasar por alto el centenario de Agostinho Neto. Acercarnos a un libro como Sagrada esperanza, publicado en 1976 por Arte y Literatura, es honrar su arte y su memoria.
El independentista que luchó contra la esclavitud en forma de trabajo contratado, el periodista, el médico que presidió el Movimiento para la Liberación de Angola fue un poeta. Neto llega a la literatura –al decir de David Chericián, traductor y prologuista del libro– «a través de la experiencia amarga o dulce del sufrimiento o del amor. Porque ambas cosas se dan la mano y se combaten en esta poesía». ¿El motivo? La situación vivida por su pueblo, aguijoneado en su dignidad por el colonialismo portugués, por una parte; por otra, la necesidad de protegerlo y salvarlo.
La zozobra del que teme, del que no respira tranquilo porque el entorno pareciera ensañarse con todo lo que huele a humano, constituye en el texto una voz exaltada: Ya no espero / soy aquel por quien se espera (…) Vamos en busca de la luz / tus hijos Madre (todas las madres negras cuyos hijos partieron) Van en busca de la vida. (Adiós a la hora de la partida).
Lo antihumano, en franca alusión a la actitud del colono, gana espacio en estas páginas en las que quedan descritos los horrores de la opresión: Ansiedad / en el hombre uniformado / que hiere a otro hombre / al que domina y lleva a puntapiés / y después de haber hecho correr la sangre / hincha su pecho de satisfacción / por haber maltratado a otro hombre. (…) En los hombres / hierve el deseo de hacer el supremo esfuerzo / para que el Hombre / renazca en cada hombre y la esperanza. (Sábado en los musseques).
En un poema como No me pidas sonrisas, asoma enérgicamente el espíritu de su autor, un guerrero que no se detendrá hasta ver conquistados sus caros sueños, solo posibles desde la acción rebelde que él mismo emprendiera. No me exijas glorias / que soy el soldado desconocido de la Humanidad (…) Mi gloria / es todo lo que padezco / y lo que sufrí / Mis sonrisas todo lo que lloré / Ni sonrisas ni glorias / Apenas el rostro duro / de quien construye el camino / por el que ha de caminar / (…) en terreno difícil. Seguro de que más temprano que tarde a vitória é certa, entonces «tendré para ti las sonrisas que pides».
La tristeza podría ser sello en estos versos, desde los que emergen escenas de masacres, violaciones, chozas agujereadas, esclavos en pleno siglo XX, lamentos, cadáveres, seres apagados por la bota del tirano…; sin embargo, no en balde se agrupan bajo el rubro Sagrada esperanza.
Del cataclismo emerge una fuerza que vería, finalmente, la luz definitiva. Neto alza también su voz esperanzada y enuncia la construcción y el reencuentro. Así, en un poema como La voz igual, se habla de Resucitar al hombre / en las explosiones humanas de cada día / (…) en los sueños melodiosos de la música / en la expresión de la mirada / en el apareamiento sublime de la noche y el claro de luna.
La poesía –dice con toda razón la ensayista Marga Holness– más que cualquier otra forma literaria, es capaz de expresar la emoción colectiva. Una verdad lo constata: muchos poemas de Agostinho Neto se convirtieron en canciones enarboladas por los mejores hijos de Angola. En las entrañas de esa tierra se canta para siempre la belleza de su palabra.
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