
Tachebet usaba en vida hermosos tocados y vistosos ropajes elaborados para las sacerdotisas de Amón, mientras caminaba en silencio por el majestuoso templo consagrado a este dios, en el mismísimo corazón de Tebas. Su tiempo terrenal trascurrió durante la dinastía XII, época en la cual decayó la prominencia de las mujeres en las ceremonias religiosas. Aun así, Tachebet debe haber sido protagonista de algunas, pues su don era el canto, y la música puede conmover el corazón del mismísimo Osiris ante las puertas del Duat.
Cuando llegó el momento de su «juicio», en el que pesaron su Ib (corazón) junto a la pluma de Maat, su cuerpo fue momificado según la costumbre y guardado en un bello sarcófago de madera pintada, decorado ricamente, como era típico en el tercer periodo intermedio.
Terminó este ataúd, y su encartonado interior, en la tumba de Kherouef, alcalde de Tebas, clasificada por los estudiosos como la Tumba Tebana 192; hasta que Labib Habachi, arqueólogo, lo encontrara a mediados del siglo pasado.
Puede que el alma de la cantante decidiera un día visitar su sarcófago, a lo mejor con nostalgia por la exuberancia de su vida. Si fue después de 1974, lo encontraría bien lejos del Nilo, en un edificio de la capital calurosa de una isla del Caribe; pues al Museo Nacional de Bellas Artes fue donado por el Gobierno egipcio, en agradecimiento por la asistencia de Cuba en la campaña por el salvamento de los templos de Abu-Simbel.
Se levantó, quizá, para encontrar las otras 111 piezas de su país que componen la colección egipcia del Museo. Vio los rostros de faraones que nacieron mucho después de su muerte, y de otros que ya eran antiguos cuando ella nació. Vio las estatuas de Isis, Horus, Sekhmet, Anubis, Ptah, y se arrodilló ante la imagen de Amón, por la fuerza de la costumbre. A lo mejor palideció frente al fragmento del Libro de los muertos de Bakenwerel, y decidió regresar a la paz del más allá.
Prácticamente toda esta información –dioses, costumbres religiosas y funerarias– sería desconocida si hace ya dos siglos, en septiembre de 1822, el historiador, lingüista y egiptólogo francés, Jean-François Champollion, no hubiese descifrado la lectura de los jeroglíficos, después de estudiar por años esa maravilla arqueológica que es la Piedra Rosetta.
Champollion fue el primero en detectar que este sistema de escritura pictórica no representaba solamente objetos y conceptos mediante figuras y símbolos, sino también sonidos individuales y grupos de sonidos. El padre de la egiptología abrió las puertas del reino celeste de Ra, y permitió que hoy conozcamos un poco mejor a la que, sin duda, fue una de las más impresionantes y avanzadas civilizaciones de la Antigüedad.
Es imposible saber qué nos depara más allá de la muerte, aunque los egipcios parecían tenerlo todo muy bien organizado, además de estar completamente convencidos. Solo podemos esperar que el alma de Tachebet, allá donde se encuentre, esté contenta con la nueva morada de su sepulcro, así como con las miradas curiosas y sorprendidas que la observan, casi enamorados, a través del cristal que la protege.












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BESTEIRO dijo:
1
17 de septiembre de 2022
14:01:17
Aldo M. Diaz dijo:
2
18 de septiembre de 2022
09:43:07
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