ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Pintura mural de José Clemente Orozco.

Guanajuato, México; septiembre 16 de 1810. Algo más que una madrugada empezó a nacer en aquel minuto en este templo de Dios. Acaso el principio del fin de una dilatada noche –de 318 años–, iniciada en octubre de 1492, cuando la sombra de tres «maldiciones»: La Niña, La Pinta y la Santamaría, asomó en las costas de nuestra América, creyendo haber llegado a Las Indias.

Por lo inhabitual de la hora, el vecindario de Dolores tal vez advirtió alguna luz en el llamado de la campana, que insistente repiqueteaba en la oscuridad. Dicen que mediaron pocos minutos desde el primer campanazo hasta ver el atrio de la parroquia repleto de pueblo y de ansias.

Se encontraron allí con Hidalgo, el que, vestido de sacerdote y con acrecentada hidalguía, lanzó una de esas arengas que, según relata José Martí, «dan calor y echan chispas». El cura intentaba –y pudo– abrir los ojos de la multitud que tenía delante.

Dicen que aclamó a la Virgen de Guadalupe, que habló de libertad, de justicia, del fin de la esclavitud, de acabar con las vejaciones y los abusos; de abolir los tributos que por imposición caían sobre los indígenas, y de empuñar las armas para hacer suyos tales derechos.

Con su pujanza, con su esperanza, el Grito de Dolores desbordó a México y admiró al mundo desde el primer minuto. Salió adelantado, precipitado, para eludir las consecuencias de una deslealtad contra la conspiración clandestina independentista, dos años antes iniciada, en Querétaro.

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Victorioso, «a caballo, con todo su pueblo, que lo quería como a su corazón», así describe Martí a Miguel Hidalgo y Costilla, el cura mexicano que encabezó a galope la marcha de libertad, esparcida por la mestiza América que lo reconoce gestor de sus sueños.

Durante una década peleó el sacerdote junto a su pueblo, «declaró libres a los negros, les devolvió sus tierras a los indios. Ganó y perdió batallas», hasta la independencia de México, hecha realidad el 27 de septiembre de 1821. Él no pudo verla, murió fusilado antes, pero la cimentó con su sacrificio.

Al parecer, Hidalgo despertó aquella madrugada la intuición de la multitud, que, al escucharlo proclamó con las manos en alto: ¡Viva América!

Por eso José María Morelos definió al 16 de septiembre de 1810, como «el día en que se levantó la voz de la independencia y nuestra santa libertad comenzó».

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