ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
La hija de Lupin, serie japonesa. Foto: Fotograma de la serie

La hija de Lupin puede causar extrañeza. Ante la emisión de la serie japonesa, tres veces por semana en Multivisión, es muy probable que afloren interrogantes y dudas. ¿Cómo casa el personaje creado en 1905, por el novelista francés Maurice Leblanc (1864-1941), con una muchacha a más de un siglo y 9 700 kilómetros de distancia? ¿Cuál ha sido el tránsito de una saga policial de corte postromántico, obviamente inspirada en la tradición folletinesca, ubicada en la belle époque y con un muy claro anclaje en la cultura occidental, a la cultura pop japonesa contemporánea? ¿Cómo explicar que siete de cada diez telespectadores que siguieron la serie desde su lanzamiento por Fuji TV, en 2019, hayan aprobado su contenido? ¿Cabe admitir la etiqueta promocional que la clasifica como mezcla genérica de drama, comedia, policial?

Basta con haber leído La aguja hueca o Arsenio Lupin contra Herlock Sholmes, las más conocidas narraciones de Leblanc entre los lectores cubanos, para caer en la cuenta de que Lupin es una referencia, un lejano punto de partida, aunque no uno cualquiera, como veremos más adelante, en La hija de Lupin.

Si se sigue el hilo de la historia original, damos con Dai Yokozeki (1975) y la novela homónima publicada en 2015. Yokozeki había ya incursionado con cierto éxito en la literatura policial con Reunión, Adiós héroe y K2 Estación Ikeburo de la División Criminal de Kanzaki, esta última llevada a la pantalla. La relación del autor con la industria audiovisual nipona fluye desde entonces, como para ser uno de los guionistas de las series basadas en sus obras.

Pero la lupinomanía posee largo arraigo en el imaginario japonés. De una parte, apunta a la tradición de los bandidos honorables de los siglos XVI, XVII y XVIII, que sustraían bienes de los barones para repartirlos entre los desposeídos. En la literatura oral del archipiélago asiático, los Robin Hood tuvieron entidad propia en personajes legendarios como Ishikawa Goemon y Kozou Nezumi, llevados a la escena por el teatro kabuki.

De otra parte, con la apertura a occidente, en el pase del siglo XIX al XX, arribaron publicaciones inglesas y francesas –Sherlock/Conan Doyle y Lupin/Leblanc– prontamente traducidas y puestas en circulación. A la larga, Lupin fue más atractivo que su par inglés, y esto se debió a la influencia que ejerció en autores de literatura detectivesca como Rampo Edogawa (1894–1965), más cercano a Leblanc que a Conan Doyle, pese a que su criatura más conocida se llamó justamente Conan; y sobre todo, a Yoichiro Minami (1893-1980), un maestro de secundaria que tradujo la saga completa de 21 novelas de Lupin y la adaptó al lenguaje juvenil. El Lupin puramente lúdicro, divertido, caricaturesco de Minami terminó no solo por imponerse, sino dio pie a que creadores de mangas y animes –las dos expresiones gráficas más enraizadas en la cultura popular japonesa– explotaran desde una perspectiva doméstica el legado de Lupin.

Tal es el caso de Lupin III, una de las más famosas series de manga, dibujada por Kazuhiko Kato (1937–2019), que abarcó 14 volúmenes entre 1967 y 1972 y generó una franquicia que ha producido cinco películas, seis series de animación, programas especiales para la televisión y videojuegos. El protagonista se presenta como nieto de Arsenio Lupin, pero sus compañeros son japoneses ciento por ciento.

Sin lugar a dudas, La hija de Lupin –novela y serie– viene de ahí. La familia L, también japonesa al ciento por ciento, honra al héroe de Leblanc filtrado por mangas y animes. Yokozeki puso la materia prima, el guionista Yuichi Tokunaga la aderezó y un equipo de tres directores se encargó de una puesta en pantalla por momentos alucinante, con guiños nada ocultos a películas de acción en la onda de Ocean, Los ángeles de Charlie, James Bond y Misión imposible.

El romance entre los protagonistas Hana y Kazuma es como para olvidar. El telespectador se aburre ante la saturación de tantos «lo siento» y tanta mirada tonta, pero cuando echa mano al arsenal de la memoria audiovisual, está en condiciones de disfrutar la parodia, pues no es otra cosa lo que se nos ofrece, incluidas las máscaras, la escenografía, la ambientación, el tema musical de la banda de rock Sakanaction y ese delicioso personaje de puro linaje proustiano en tiempos de karaoke, Jiakira Enjo (interpretado por Yusuke Onuki), que canta y baila como si estuviera en Montparnasse.     

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KikeMorales dijo:

1

12 de julio de 2022

07:43:01


La veo para reír es muy ligera y nada del otro mundo