Estamos en la Gran Vía, la arteria de la modernidad madrileña de la primera mitad del siglo XX, donde reina el glamur y la vida es color de rosa. Las Galerías Velvet, inexistentes, se inspiran en cualesquiera de los grandes almacenes desplegados en la zona, punteros en confecciones textiles, calzado y bisutería; escenario en el que se desarrolla la serie Velvet, ahora de estreno en Cubavisión Plus, bien entrada la noche.
Viene precedida de un arrollador impacto en las audiencias de la televisora privada Antena 3, que la mantuvo en el aire entre 2014 y 2016, y del fichaje posterior para la parrilla en streaming de Netflix, corporación mediática estadounidense que engrasa y engrosa, aceleradamente, el segmento hispano.
Cuento de hadas sobre el que habrá que volver si por fin el canal cubano pasa las cuatro temporadas: el indestructible romance entre el príncipe heredero de la casa comercial y una modistilla a su servicio, sazonado por una ornamentación art deco que hiere las pupilas. La generadora del contenido, Bambú Producciones, lo hizo a propósito. Gema Neira y Ramón Campos, creadores de la serie, vendieron a los telespectadores un producto a medias entre el melodrama y la tendencia vintage: amores furtivos, secretos de familia, cotilleos, nostalgia por los tiempos idos y una noción blindada, a la antigua, del concepto de la elegancia.
Nada de esto sería repudiable, aunque esté a mil millas de las expectativas estéticas de quienes exigen mucho más de una serie de época, si no fuera porque estamos en la Gran Vía de 1958, en avance hacia los años 60, y en el Madrid que penetra en la pantalla doméstica no se ve siquiera un atisbo de la realidad.
Ni guardia civil, ni el séquito de la señora Carmen Polo, ni censores, ni ministros, ni la nobleza que acompañó al régimen, ni arribistas de la Falange, ni el noticiero No-Do, menos aún sindicalistas, desafectos, contestatarios, parientes de las víctimas del franquismo. Ni la más mínima huella de la posguerra.
Velvet es la suma de todas las amnesias. Simple y llanamente, el franquismo no existió. Es como si se contara una historia de amor en La Habana de 1958 y se omitiera el ulular de las sirenas de las perseguidoras, el rumor de la lucha clandestina, el temor de las familias por la suerte de los jóvenes.
Una historia de amor no tiene por qué ser un manifiesto político –un cronista español escribió que no le pedían a Velvet la aparición de una pancarta que rezara «abajo el franquismo»-, pero transcurre en un tiempo y un espacio que no pueden ser olímpicamente ignorados.
José Sacristán, uno de los grandes actores que figuran en el reparto, declaró al diario El Español: «Yo diría que en ningún momento ha habido engaño. Nunca nos hemos propuesto contar la historia de España de aquel tiempo porque era jodida, negra, dura y difícil de tragar. Cualquier tiempo pasado no fue mejor de ninguna de las maneras. Aquí, desde la primera de cambio, se ha dado un codazo a la cámara y se ha retratado una España inventada».
Valga la honestidad del veterano actor. Pero valga mucho más la alerta sobre el peligro de la desmemoria, que no es hoy día una operación inocente, sino una baza desmovilizadora para perpetuar la alienación.










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Rafael dijo:
1
31 de mayo de 2022
05:53:58
Milagros dijo:
2
31 de mayo de 2022
12:56:36
Tmc dijo:
3
31 de mayo de 2022
15:12:27
Cehi dijo:
4
31 de mayo de 2022
17:11:00
Alejandro dijo:
5
1 de junio de 2022
13:43:24
Iddia dijo:
6
1 de junio de 2022
18:31:10
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