ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
El poder del perro, de Jane Campion. Foto: Fotograma de la Película

El hecho de escribir estas líneas horas antes de la entrega del Oscar 2022 obliga a establecer que sería una sorpresa que El poder del perro no gane la estatuilla de mejor película, y otras más, atendiendo a las 12 nominaciones recibidas.

Ya se sabe que el Oscar ha sido una construcción artística-comercial dominada durante años por el peso de la gran industria, y por una escala de valores clásicos propios del cine que se realiza en Hollywood, siempre con las miras puestas en el peso de la taquilla.

Pueden realizarse buenos filmes, pero a la hora de aspirar al Oscar no se esperen marcados rompimientos estéticos ni proposiciones que subviertan «demasiado» el orden establecido.

Sin embargo, junto a ese más de lo mismo que trata de disfrazarse de renovador al calor de los nuevos tiempos (Argo, Oscar 2013, Ben Affleck) no han faltado aportes artísticos que prestigiaron el premio, como Roma (2018, Alfonso Cuarón), que antes de llegar a la ceremonia de los Oscar arrastraba una estela de premios y reconocimientos internacionales impresionantes, tal como ha ocurrido con El poder del perro, que volvió a colocar a la neozelandesa Jane Campion (El piano) en planos estelares.

Si se tiene en cuenta que el año pasado el codiciado Oscar a la mejor película lo ganó la excelente Nomadland, de Chloé Zhao, una china residente en Los Ángeles, y ahora críticos, público y festivales apuntaban a la Campion como la gran favorita, cabe preguntarse qué está ocurriendo en una industria tradicionalmente dominada por los hombres y su misoginia.

Cierto es que las películas de Zhao y la Campion, aunque estrenadas bajo la égida de Netflix y envueltas en el engranaje del Oscar, no son productos representativos del clásico Hollywod, pero revisando números hacen pensar que, casi un siglo después de ordeno y mando, y tras sonadas críticas al racismo, al machismo y otras manipulaciones indignas, la Academia estadounidense admite, con su accionar, que venía equivocándose en materia de igualdad y oportunidades integradoras.

Lo demuestran las estadísticas: en el año 2011, solo el 5 % de los filmes realizados en Hollywood correspondieron a directoras. En 2018, la cifra alcanzó un 8 %; en 2020, un 20 %, y en 2021, 17 %.

El porcentaje de las directoras se triplicó en 15 años, pero esencialmente con prominencia de mujeres blancas, ya que apenas hay espacio para las minorías, mientras las realizadoras negras no superan el 2 %, según informes de la Universidad del Sur de California. El informe habla de los progresivos, aunque aún insuficientes, cambios de mentalidad por parte de los grandes estudios de Hollywood y del papel de las plataformas de streaming, más proclives a respaldar esa igualdad en desarrollo.

 Al preguntarle The Hollywood Reporter a Jane Campion a qué achacaba las transformaciones de los últimos años, dijo que les daba crédito «a las mujeres valientes que realmente volaron la tapadera de Hollywood con sus revelaciones sobre el abuso y la desigualdad. Creo que ha habido un gran replanteamiento y una determinación muy activa por parte de hombres y mujeres para ver ese cambio».

El movimiento Me Too, iniciado de forma viral en las redes sociales en octubre de 2017, el feminismo en general, los temas lgbti, y las campañas por la igualdad presentes en la arena internacional han sido fundamentales para ir sacudiendo las viejas telarañas que por décadas marginaron a las mujeres en Hollywood.

Del influjo no han escapado otras cinematografías en las que ellas, también guionistas, actrices, fotógrafas, técnicas, han venido reiterando con sus desempeños que el talento no tiene sexo.

Vieja lucha en pleno desarrollo en la cual la veterana Jane Campion vuelve a empinarse con El poder del perro, un western rodado en Nueva Zelanda –del cual ya hablaremos–, para demostrar que, en casa del trompo, puede ser una directora extranjera la que mejor baila.

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