Desde que he sabido el pasado domingo de la muerte a causa de un aneurisma cerebral del poeta Renael González, tarareo sin parar esa joya de la trova cubana contemporánea que lleva su firma y que con música de José Antonio Rodríguez han cantado unos cuantos trovadores.
¿Tu mirada? Tu mirada
es el más perfecto modo
de decirlo todo, todo,
aunque no hayas dicho nada.
¿Qué magia tienes guardada,
qué poder bello y profundo?
Tu mirada de un segundo
me siembra un año de antojos
y cuando cierras tus ojos
se queda sin luz el mundo.
Mientras me acompaña la canción pienso en Renael, una de las más encumbradas firmas de la décima cubana, tanto la oral como la escrita. A ella llevó, convertida en versos, toda su dulzura y su grandeza; a la poesía, en todas sus dimensiones, entregó su alma y con ella hizo un pacto indestructible. Serle fiel la vida entera.
Como el Cucalambé, fue tunero este bardo que dejara su huella en la llamada poesía de la tierra –aunque naciera en Holguín–. Como él respiró en la décima, y en ella será invocado tantas veces, que la alianza será imperecedera. Renael fue también narrador distinguido. Miembro de la Uneac y de la Asociación Iberoamericana de la Décima y el Verso Improvisado.
Su pasión por la espinela no se limitó a cultivarla, sino que hizo que otros la amaran, tal como hacen los verdaderos cultivadores, los que sienten el compromiso de mantener vivo un legado, una parte importante de la cultura nacional. Así lo relató, entre tantos otros discípulos, el poeta Diusmel Machado Estrada:
«Para mi vida, su palabra fue un principio: la invitación a la fiesta de la décima. Fue él quien hace más de 30 años, en una de sus visitas a Guáimaro (adonde vino varias veces invitado como miembro del jurado de nuestros eventos literarios), al conocer mis primeros poemas sugirió a mi madre que me adentrase en el cultivo de la décima.
«Era yo un adolescente de 12 o 13 años. Aquella noche escribí mis dos primeras estrofas con ayuda de Mamita, y otras dos sin ayuda. A la mañana siguiente le entregamos los versos recién escritos a Renael, quien los llevó consigo y luego publicó en el periódico tunero El 26, con el cual colaboraba en la promoción literaria, ¡un artículo titulado El pequeño Cucalambé de Guáimaro… desmesurado elogio!
«Aquel artículo, descubierto y divulgado en mi escuela secundaria por mi profesor guía Pepe “El Químico”, no solo me dio una inesperada fama escolar sino además clavó definitivamente la espina de la espinela en mi corazón…».
Muy claro tenía Renael lo que significaba la condición de poeta que no a todos les está dado poseer: «El poeta es solo un hombre / sembrado en el Universo», y podría «¡hasta del fondo del fango / podrá sacar una estrella!».
Muchos fueron los afectos que recibiera en vida, muchos los reconocimientos que distinguieron su hermosa obra. No alcanzará la muerte para que todo aquel que lo lleva en su corazón agradecido –tanto por las remuneraciones de sus convocatorias a entrar en el apasionado mundo decimístico, como por las chispas de emociones que encendió en los que tuvieron la dicha de disfrutar su arte– lo siga guardando, como se guardan las voces sagradas que nos hacen bien.
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