
La ovación a sala llena que recibió la presentación de El Mayor, este domingo en el cine Yara, despejó cualquier duda acerca de los no pocos conflictos de orden histórico que plantea el filme de Rigoberto López, y la comprensión asimilada por el público más variado.
No fueron aplausos en una función premiere, donde a veces se baten palmas por altruismo, sino de espectadores ganados por una trama que aunó con eficacia tres líneas narrativas convergentes: Ignacio Agramonte, audacias combativas y contradicciones conceptuales con otros patriotas camagüeyanos, su amor por Amalia Simoni (Claudia Tomás), de lo cual han dejado testimonio cartas desbordadas de pasión, y las discrepancias con Carlos Manuel de Céspedes acerca de cómo conciliar política y lucha armada.
El Mayor es un filme pletórico de emotividades relacionadas con una contienda independentista que exigió de nuestros antepasados entregas sin límites frente a un colonialismo español caracterizado por su brutalidad. Los dos bandos en contienda sabían a quiénes se enfrentaban y de ello da cuenta la encomiable fotografía de Ángel Alderete, interesada en resaltar la fiereza desplegada en los combates y, en especial, las cargas al machete de los mambises, comentadas en los corrillos españoles –según testimonios de la época– con el pavor de los que no quisieran referirse a ellas.
La recreación ambiental siempre ha sido una asignatura pendiente para cualquier filme de época y El Mayor alcanza un indiscutible sobresaliente, no obstante estar involucrados en las acciones miles de extras. Las actuaciones son correctas, con mayor o menor destaque para unos y otros, pero con una media convincente, y la música de José María Vitier alcanza las alturas de un subrayado dramático indispensable.
Pero lo que realmente estaba por ver en El Mayor era el tratamiento artístico del momento histórico que le tocó vivir a Ignacio Agramonte. Tiempos de fundación en que la identidad del cubano se consolidó en un grito por la independencia anhelada, aunque no se concretaran las mejores vías de encauzarla sin perder la unidad, amenazada por el regionalismo y otros factores relacionados con lo que debía ser la naciente República.
El guion, del propio Rigoberto López y del dramaturgo Eugenio Hernández Espinosa, contó con la asesoría de destacados historiadores, entre los que estuvieron la camagüeyana, ya fallecida, Elda Cento Gómez, premio nacional de Historia. ¿Se encauzaría la película por hechos generales que pusieran de manifiesto las proezas del héroe de la batalla de Jimaguayú y redactor de la primera Constitución de la República de Cuba, o se entraría de lleno en los conflictivos días que marcaron la existencia del Mayor General y jefe de la división de Camagüey? Y de ser así, ¿cuánta carga de didactismo debería tener el filme para hacer comprender lo sabido, lo ya olvidado y lo nuevo por conocer?
El principal reto de El Mayor fue entrarle con la manga al codo a la historia sin convertir su narración en un suceder discursivo desprendido de las constantes reuniones efectuadas para delimitar responsabilidades y establecer principios de convivencias y luchas. Y aunque algo de ello hay, los realizadores encontraron las vías para articular un discurso coherente con los hechos acaecidos, o aclarados ahora para satisfacción de los que rastrean en el pasado lecciones para el presente. En tal sentido, el didactismo que por momentos se desprende del fin, se atempera y se diluye convenientemente al calor de los hechos, y como parte del estilo narrativo asumido.
Tanto los personajes de Agramonte como de Céspedes se presentan sin afeites de ningún tipo, humanos, múltiples y hasta contradictorios dentro de su grandeza, lo que requiere profundidades y matices por parte de los actores involucrados, Daniel Romero y Rafael Lahera.
Se respeta la historia en El Mayor, pero hay momentos de recreación imaginativa de hondo calado artístico, como cuando Agramonte, en una escena que tiene lugar bajo una lluvia simbólica de dificultades, a caballo los dos hombres, le dice a Céspedes que no obstante sus contradicciones, está dispuesto a ponerse otra vez bajo su mando, y uno siente, como espectador, la nobleza de la entrega por el bien de la Patria. Otras escenas reveladoras son el rescate de Sanguily por parte de Agramonte, y la forma en que muere el Mayor General en Jimaguayú, aspectos que se deben descubrir viendo el filme.
Hay probados directores en el mundo que sucumbieron ante el reto de realizar superproducciones con gran movimiento de extras y vastos recursos. Superando expectativas, Rigoberto López lo logró poniendo alma y vida en un empeño que lo mantuvo activo a lo largo de varios años. Esta película, que el realizador no alcanzó a ver en los cines junto a un público agradecido que lo aplaude, ennoblece aún más su última entrega.
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luis dijo:
1
7 de diciembre de 2021
15:07:16
Amanda dijo:
2
8 de diciembre de 2021
15:59:52
Francisco Alvarez yero dijo:
3
7 de junio de 2022
07:19:19
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