No uno, sino dos; más de 900 horas de transmisión a razón de 48 diarias; cabina central a distancia conectada con los estudios en La Habana, equipos de comentaristas y periodistas compenetrados en la sede y en casa, desafiando la diferencia horaria. Los Canales Olímpicos de la tv Cubana respondieron a las expectativas no solo de una amplísima audiencia familiarizada con el deporte, sino incluso con un segmento que se interesa por saber qué sucede en una zona de la actividad humana cuando el nombre de la Patria está en juego.
Cabría hablar de hazaña tecnológica no por el hecho mismo de multiplicar las transmisiones de manera ininterrumpida, sobre la base de las excelentes señales generadas por el polo comisionado por los organizadores de los Juegos Olímpicos para seguir, minuto a minuto, cada uno de los eventos.
A la vuelta de pocos años el sentido del espectáculo ha ganado márgenes impensados apenas dos citas estivales atrás; a la pantalla doméstica llegan ángulos sorprendentes de las acciones atléticas. En la natación artística es posible observar simultáneamente a las muchachas fuera y dentro del agua; las bicicletas en el velódromo rastrean al oponente con cámaras adosadas a los equipos rodantes; el donqueo de los baloncestistas se vive como si se planeara sobre los jugadores.
Alguien dirá que la cantidad de horas al aire y la diversidad de eventos cubiertos no fueron privativas de la tv Cubana. Las transnacionales mediáticas especializadas en deportes, dígase espn o FoxSports, prodigaron sus servicios en varias plataformas. La hazaña de la tv Cubana es haberlo logrado desde el compromiso raigal y un irreductible sentido de pertenencia en un país pobre, hostilizado, agredido, para servir a una audiencia que en cada acción deportiva de sus compatriotas
–medallistas o no, favoritos o no– vio reflejados la dignidad y el espíritu de resistencia de estos tiempos difíciles.
Es por ello que la imagen se hizo acompañar por la pasión, como sucedió con la épica narración de Reinier González de la coronación de los canoístas –narrador a quien apreciamos por su inteligencia para introducir en su desempeño el valor de las historias de vida–, o el empuje que imprimió a su voz Evyan Guerra al describir las jornadas victoriosas del inmenso Mijaín López y el increíble Luis Orta en la greco.
Mas no se trata únicamente de celebrarnos a nosotros mismos. El público agradeció, por ejemplo, asistir a las extraordinarias veladas de la gimnasia artística; los clavados y el triatlón, celebrar las marcas mundiales en natación y atletismo; asomarse a deportes inexplorados en la Isla o seguir la intensa rivalidad de los equipos involucrados en disciplinas colectivas en las que se echó lastimosamente de menos la presencia cubana.
En el orden personal esperé más del programa resumen del domingo a las 7:00 p.m., demasiado encartonado y previsible. A no ser que solo sea la punta del iceberg de otros que vendrán. Porque cabe la observación de alguien que como pocos en el campo del comentario deportivo insular conjuga mesura y agudeza, Hernández Luján, que en una frase dejó abierta una perspectiva necesaria: aplauso y reflexión. Es decir, cantar victoria sin dejar de rastrear insuficiencias, desenfoques y debilidades. La función crítica de la programación deportiva está en condiciones de aportar.












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