Detrás de sus ojos

Qué mal sentirse estafado, llevado a donde no es. Frotarse las manos ante una propuesta magnética, tanto por la ruta argumental como por la atmósfera y el ajuste de las actuaciones, para descubrir que las cosas no son como son.

Así debe haber sucedido a unos cuantos, no pocos, de los que siguieron la miniserie británica de martes y jueves en la noche de Multivisión, Detrás de sus ojos (Behind her eyes), producto fresco de la factoría Sony Pictures, difundida por Netflix. Tendrían que conocer previamente la novela homónima, original de Sarah Pinborough, para tener la opción de aceptar o negar lo que vende la pantalla. A la Pinborough, tras la salida de la novela en 2017, le dieron duro no solo por la escritura apresurada y pretenciosa, sino por la manipulación de la inteligencia emocional del lector. Ella se defendió: «No me importa la gente que odia el libro. Prefiero que lo odien a que sean indiferentes. Lo que no me gusta es cuando dicen que no sabía cómo terminarlo y agregó este final. Yo digo: vuelve y léelo y haz tu tarea».

Con la miniserie –apenas seis capítulos– pasa lo mismo y si se quiere peor, porque la desazón del telespectador se relaciona con el cambio del tono narrativo por parte del adaptador de la novela, Steve Lightfoot, si bien, seamos justos, se van deslizando detalles que apuntan a que las apariencias engañan.

En los primeros cuatro capítulos, Detrás de sus ojos se presenta como un thriller sicológico con todas las de la ley. Con mano firme, el realizador Erik Richter Strand introduce las piezas del triángulo amoroso entre David, un siquiatra atormentado (Tom Bateman), la esposa Adele (Eve Hawson, hija del reconocido músico Bono), y Louise, secretaria de aquel en el consultorio (Simone Brown). Al triángulo le nace una cuarta arista, decisiva, en el pasado, Rob (Robert Aramayo), quien coincidió con Adele en una institución siquiátrica en el
pasado y tuvo un vínculo perturbadoramente perverso con la muchacha y David.

Hasta un punto determinado las tensiones alcanzan una densidad impresionante con Louise en el centro, amante y amiga. A una de sus compañeras dice: «No me digan más lo que debo hacer, quiero vivir mi vida». El telespectador se dispone, entonces, a asistir a un estallido de cualquier tipo, porque la infidelidad de David no da para más, y la locura de Adele tampoco y se supone y sospecha, con la imagen de un pozo, que Adele o David, o ambos inclusive, asesinaron a Rob. Puede ocurrir cualquier cosa y la imaginación se siente estimulada ante lo que parecía ser una incisiva indagación en las pasiones humanas, en los verdaderos lados oscuros del corazón y la siquis.

Cuando comienza a especularse con la migración de almas en el plano astral, las notas falsas se vuelven inquietantes. Admitamos la inmersión en los sueños de Louise. Hasta ahí, al final del cuarto capítulo, daba la impresión de tratarse de un aderezo superficial en una historia que inclinaba su balanza hacia abismos mentales.

Llega el punto de giro y todo lo anterior se desvanece. Nos enteramos de que Adele le enseñó a Rob cómo proyectarse astralmente en otros lugares. Para colmo, esto se intenta justificar científicamente. El episodio cinco también revela que Louise está conmovida con el don de la proyección astral y que está tan extrañamente involucrada en las vidas de Adele y David, que escribe una carta a la policía diciendo, sin ninguna evidencia real, que está bastante segura de que David asesinó a Rob y lo arrojó a un pozo. Pero la policía se pierde, puesto que en el episodio seis suceden un montón de cosas sin sentido en una rápida sucesión, porque cuanto menos tiempo tenga el telespectador para pensar, mucho mejor.

El thriller sicológico transmutó en una caricatura fantástica y torpe, con fuego, burdos efectos especiales y crimen incluidos. Detrás de sus ojos solo queda humo.