ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
La familia Stone en el centro de la trama de Manifiesto. Foto: Tomada del sitio oficial de la serie

Manifiesto (2018) ronda la medianoche de los sábados en Multivisión. A todas luces los responsables del canal cazan cuanta serie incursione en temáticas paranormales, catastrofistas o de tendencias a misterios indescifrables para caracterizar ese espacio en la parrilla de la programación y alimentar la demanda de la teleaudiencia con inclinación a esos asuntos.

Desde que el mundo es mundo, mitos y leyendas en torno a fenómenos que escapan a la lógica abundan en narraciones orales. El advenimiento de la era moderna, la letra impresa y el desarrollo del lenguaje audiovisual en Occidente ayudaron a catapultar la fantasía de escritores y cineastas y a fomentar un público a la medida. De los clásicos de la literatura a la pantalla, el salto fue espectacular. Las novelas góticas dieron pie a las sagas fílmicas de los Frankestein, los Dráculas, los Golem, y de ahí nació la más amplia gama de vampiros, zombies, licántropos y otras especies, por no hablar en el Oriente de los yokai y los yurei japoneses.

Otra variante de la creación fantástica se desplegó a lo largo del siglo pasado luego de que Albert Einstein consagrara la teoría de la relatividad. La nueva comprensión de las dimensiones físicas del tiempo y del espacio se trasladaron a la narrativa de ficción. El argentino Jorge Luis Borges llegó mucho más lejos que otros con su maestría e imaginación. En el cine, los viajes en el tiempo y el intercambio de realidades paralelas se hicieron materia frecuente, y no fue entonces casual que esos avatares hallaran puntos en común con la herencia gótica, el terror, el thriller sicológico y la especulación metafísica.

De tales confluencias nace Manifiesto. He dicho mal: nace de una serie aquí vista, que se mueve por esos derroteros, Perdidos (Lost), plato fuerte de la cadena estadounidense ABC entre 2004 y 2010, para muchos una producción de culto, al menos por sus planteamientos iniciales. En Perdidos, los pasajeros del vuelo 815 de Sydney a Los Ángeles acababan en una extraña isla –las de Julio Verne y el Robinson Crusoe, de Defoe, que no pasaban de ser una nostálgica postal romántica en el recuerdo– donde cada cual enfrentó enigmas del pasado y deudas éticas, mientras tropezaban con situaciones imprevistas e ignotos habitantes.

El vuelo 828 de Montego Bay a Nueva York aterriza, tras cinco horas de vuelo y sufrir la incomodidad de una terrible turbulencia, nada extraño en el tráfico de aeronaves. El nudo se desata cuando los pasajeros, que debían haber tomado un vuelo anterior que estaba sobrevendido –algo tampoco extraño en la aviación comercial de nuestros días– se dan cuenta de que las cinco horas se han convertido en cinco años y cinco meses. Para ellos, el calendario saltó de 2013 a 2018; habían sido dados por desaparecidos, sus familiares guardaron luto y el mundo siguió sin aquellos. La familia Stone, dividida entre la esposa Grace, la hija Olive y los abuelos que viajaron primero y el esposo Ben, el hermano gemelo de Olive y otra hermana, la policía Michaela, que lo hicieron en el fatídico 828, se sitúa en el centro de la trama.

No deja de ser interesante el efecto del inesperado e inexplicado hiato temporal: el novio de Michaela se casó con su mejor amiga; Grace comenzó a salir con otro hombre; la hembra de los gemelos se hizo casi una mujer, mientras que el niño quedó como tal aunque para la enfermedad hemática que padecía se halló una cura, a partir de la investigación experimental de otra de las pasajeras que estaba lejos de conocer el éxito de su proyecto científico.

El misterio mayor está en las voces que oyen los sobrevivientes, en los llamados que reciben, en los poderes sobrenaturales que desarrollan. Eso no va mal, solo que a medida que avanzan los episodios, las tramas se enredan con casos policiales sobreañadidos, personajes (otros pasajeros) pretenciosos, baratos trucos numerológicos y conspiraciones de agencias federales que no van a parte alguna. Si el guionista Jeff Rake quería con esto último apostar a la política, olvidó la carta principal: qué dirían las personas que salieron de Montego Bay con Obama en el poder y cinco horas después encuentran de bruces la pesadilla Trump.

El crítico Hank Stuever apostilló en el diario The Washington Post: «A un espectador que podría haber estado interesado en el elemento humano se le sirve un plato frío de carne misteriosa». Y eso desencanta.

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