Lo que parecía ser un drama judicial más de los tantos que tipifican el género en la producción seriada estadounidense, insertado en la variable tópica del débil que se enfrenta al poderoso, tan atractiva desde tiempos inmemoriales –el origen bíblico lo delata, Goliath–, se desmarcó de rutas previsibles para avanzar por vericuetos no siempre frecuentados por la industria de los espectáculos mediáticos: el hermanamiento entre corrupción, ilegalidad, inmoralidad, lucro y desprecio por los seres humanos inherente al complejo militar industrial de la vecina nación.
Es de suponer que Amazon, la productora, y los creadores de la serie, David A. Kelly (Boston Legal) y Jonathan Shapiro (The Black List) autoimpusieran límites: denunciar personas y no al sistema, condenar la excepción y no la regla. Y, por supuesto, no rozar ni de lejos el papel agresivo de EE. UU. como gendarme mundial. Basta, sin embargo, seguir la trama para extraer conclusiones si se dispone de información y capacidad de análisis para penetrar en los intersticios de la realidad.
Téngase en cuenta cómo la espiral de la carrera armamentista no se detiene y ha ido creciendo exponencialmente en Estados Unidos desde la era de la guerra fría. Hasta la caída del muro de Berlín hallaba soporte en la confrontación bipolar; después en una cruzada contra el terrorismo que ignora el propio terrorismo generado por un Estado que pretende ejercer el hegemonismo global a toda costa, a todo costo y con utilidades gigantescas. Algunos creen de veras en el papel mesiánico de Estados Unidos –obsérvese una de las motivaciones de la joven abogada Lucy Kittridge (palmas merece la labor de OIivia Thirlby) para involucrarse en el asunto, al margen de la ambición y la enfermiza relación con su jefe–; otros actúan a conciencia, blindados en una coraza de cinismo y con la ética por el piso.
La corporación bajo la lupa, Borns Tech, y la firma de abogados Cooperman & McBride que la representa, son productos de la ficción. Pero cabe sustituir una por los nombres de las empresas líderes del complejo militar industrial (Boeing, Loocked Martin, BAE System, Northop Grumann o Raythorn), y la otra, por el crédito de los bufetes que han crecido cual desmesuradas hidras dentro y fuera del país (dl Pipe, Kirkland & Elis, Latham Watkins, Baker McKenzie) para saber de qué va el juego. Un juego en el que la producción televisual deja fuera –apenas los menciona– los vínculos corporativos con instancias gubernamentales (Defensa, Comercio, Estado) y solo tiende un puente hacia el FBI, en la persona del agente Joe Farley (Jason Ritter) que, si bien contribuye a que al final se haga algo de justicia, es porque quiere ascender y, de paso, fastidiar a colegas de otras agencias federales como las que controlan el tráfico de armas (ATF) y de drogas (DEA).
Borns Tech desarrolla un arma de destrucción masiva a base de napalm, y uno de sus empleados, Ryan Larson, muere en una explosión cerca de la costa californiana. Oficialmente, se ha suicidado alguien sin tendencias suicidas, la viuda se conforma tras recibir compensación y nada debe alterar esa solución, hasta que la hermana del muerto, Rachel, decide emplazar a la corporación. Una amiga, abogada de poca monta, Patty Solis-Papagian (soberbia actuación de Nina Arianda), la pone en contacto con otro abogado, Billy McBride, alcohólico, descolocado, venido a menos. Entonces la trama se desata.
En los ocho capítulos de la temporada transmitida por Multivisión, se entrecruzan tres líneas argumentales. La más consistente, aquella que coloca a McBride contra las cuerdas y perdido en el laberinto de su sistema judicial, en el que son habituales los pactos y componendas, y la ley y el Derecho no siempre defienden la verdad, hasta que consigue hallar una hendija para triunfar. La más entretenida nos hace seguir pistas de atentados, plantones de falsas pruebas y chantajes, con mercenario y agente policial incluidos, y la lucha por el poder al interior de la firma, con la voraz e inescrupulosa Callie Senate (Molly Parker) como rostro visible.
La tercera y más deplorable traza conflictual es la que se concentra en el enfrentamiento personal entre McBride y Cooperman, antiguos socios devenidos irreconciliables enemigos, el antihéroe y el sociópata, en una historia oscura, insuficientemente justificada y resuelta con el derrame cerebral del segundo. Para colmo, el McBride de Billy Bob Thorton califica entre los más brillantes y consecuentes desempeños que hemos visto en la pantalla doméstica en los últimos tiempos; mientras al Cooperman de William Hurt se le ven las costuras de la sobreactuación.
Ya comenzó por Multivisión la segunda temporada. Amazon descubrió un filón en McBride. ¿El tema? Los tentáculos de las mafias relacionadas con las drogas. Veremos si da en la diana.












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TYSAN dijo:
1
2 de febrero de 2021
08:00:33
sachiel dijo:
2
2 de febrero de 2021
11:33:24
Isabel dijo:
3
2 de febrero de 2021
16:08:33
Juankar Gorría Pinillos dijo:
4
3 de febrero de 2021
07:10:25
Mimisma dijo:
5
9 de febrero de 2021
14:09:47
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