Dicen que cuando se le presentaron los problemas de visión, y sus ojos ya no le dieron más, el decoro lo hizo abandonar el dibujo y que, con absoluta fidelidad a su Mafalda, llegó a reproducir sus propios trazos para que fuera siempre ella, la niña simpáticamente irreverente, la barredora de fealdades, que llegó al mundo de la imagen desde Argentina, a mediados de los 60. Dicen también que ha muerto el más conocido de todos los dibujantes entre los hispanohablantes, Joaquín Salvador Lavado, Quino, a los 88 años de edad, a causa un accidente cerebrovascular.
Y es cierto: el deceso del entrañable artista es titular en todos los medios del orbe. En redes sociales se comparten estados e imágenes alusivas al creador y a su obra, de raíz sabia y educativa, donde el sueño de construir un mundo dichoso subyace como motivo inspirador. En la cuenta de Twitter de Daniel Divinsky, su histórico editor y amigo, socio fundador de Ediciones de la Flor, puede leerse: «Se murió Quino. Toda la gente buena en el país y en el mundo, lo llorará», y es justamente así; su Mafalda, con su sentido común, se nos cuela en el nuestro, y a la par que nos hace reír, aviva la conciencia y mueve el deseo de que su razonamiento se multiplique, y sacuda de un plumazo tanta injusticia repartida.
Aunque creó otros personajes, es esta niña, verdadera luchadora social, la más auténtica de sus entregas y ha sido traducida a más de 30 idiomas. A ella, «presentada» en sociedad el 29 de septiembre de 1964, en la revista Primera Plana, debe Quino la celebridad de que seguirá gozando, a pesar de su fallecimiento.
Como es conocido, con tal personaje su autor modernizó el humor argentino y aunque no fue un éxito desde las primeras publicaciones, al aparecer después en el diario El Mundo cuajó en el gusto de los lectores. Más adelante Ediciones de la Flor –que también le debe mucho a Quino– sería la vía de salida.
«Su vigencia es algo que no puedo entender», dijo su autor al recibir en 2014, el Premio Príncipe de Asturias en Comunicación y Humanidades impacta la humildad de este hombre que, al decir suyo, quiso ser Picasso, «pero me di cuenta de que no me daba para ser Picasso».
Quien lo ha tenido frente, desde la estampa de Mafalda, sabe a qué se debe tanta gloria: «Lo ideal sería tener el corazón en la cabeza y el cerebro en el pecho. Así pensaríamos con amor y amaríamos con sabiduría», asegura desde una de sus más sonadas ocurrencias la chiquilla, que ya se eterniza ante nosotros y garantiza para su padre la posteridad.












COMENTAR
Lérida Mercedes Piccirillo dijo:
1
5 de octubre de 2020
06:06:58
Responder comentario