Múltiples y fructíferos fueron los afanes del artista Carmelo González por desbrozar caminos en la creación visual y apoyar a varios creadores en aventuras semejantes. En este 2020, cuando se cumple el primer centenario de su nacimiento, el 16 de julio, en Regla, en las márgenes de la bahía habanera, debe valorarse en su justa medida una obra que ocupa un lugar privilegiado en las artes plásticas cubanas del siglo xx y una labor docente, promocional y aglutinadora cuyos frutos se prolongan en el tiempo.
Fue así como fundó, en 1950, la Asociación de Grabadores de Cuba (AGC), que insufló de aires renovadores y rigurosos el ejercicio de producir originales múltiples, reivindicó la artisticidad del oficio y logró vincular a sus colegas cubanos con otras instituciones de la región.
Carmelo amplió la perspectiva de la especialidad xilográfica a escala mural, por lo que se le considera el pionero cubano en la modalidad. Trabajó como profesor de grabado en la Escuela Leopoldo Romañach en Santa Clara, época en la que conoció a quien sería su compañera en la vida, la premio nacional de las Artes Plásticas Lesbia Vent Dumois.
Un largo episodio merece atención: la edición de la revista Germinal, que llegó a ser el órgano de la agc, y rebasó tal condición al abordar temas literarios, de otras prácticas artísticas e, incluso, aspectos científicos. Allí, este creador se desdobló en editor y crítico de arte.
Como docente se consolidó a partir de enero de 1959. Ocupó la dirección de San Alejandro, la jefatura de cátedra de grabado de la flamante Escuela Nacional de Arte y más tarde, profesor y jefe de cátedra de la misma especialidad en la Escuela Nacional de Diseño.
Junto a Nicolás Guillén, Carmelo participó en la fundación de la Uneac. Por su prestigio, avalado por premios nacionales e internacionales desde los años 50, ocupó entonces la presidencia de la Sección de Artes Plásticas (hoy Asociación) de la organización. A partir de ese momento intensificó su presencia en salones, eventos y exposiciones colectivas y personales en numerosos países. Esa huella se visualiza en fondos y colecciones permanentes alrededor del mundo y, por supuesto, en el Museo Nacional de Bellas Artes y la colección de Arte Latinoamericano de la Casa de las Américas.
Si en el grabado se reconoce maestría, no menos importante e impactante es la obra de Carmelo en la pintura. Del planteamiento básico realista pasó a un surrealismo de fuertes rasgos expresivos, con sugerencias metafóricas que interrogan la condición humana y el destino de las sociedades ante circunstancias cruciales como las que le tocó vivir.
Recordar a Carmelo González y su obra en su centenario, resulta una obligación con la memoria del arte cubano.












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