ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Concierto de Carlos Miyares dedicado a Irakere. Foto: Ariel Cecilio Lemus

Jazz Plaza 2020, en sus primeros compases, ha lanzado un mensaje alto y claro: no puede concebirse la actualidad sin raíces. Unas más evidentes que otras, pero todas en la base de la evolución de la manera cubana de entender uno de los más fascinantes complejos sonoros de al menos los últimos 150 años.

En la sala Covarrubias del teatro Nacional, colmada a más no poder, músicos y aficionados rindieron tributo merecido en las jornadas iniciales a Juan Formell e Irakere. La banda fundada por Chucho Valdés en 1973 revolucionó el jazz cubano en la segunda mitad del siglo pasado; Formell, sobre todo a partir de 1969 con Los Van Van, cambió para siempre los códigos de la música bailable en la Isla.

Responsable del espectáculo dedicado a Irakere fue el saxofonista Carlos Miyares. No estuvo en la mítica banda, pero conoce el modus operandi de Chucho, por haber integrado los Afrocuban Messenger’s, y participar en el fonograma Chucho Step’s, ganador del Grammy 2011 y el Gran Premio Cubadisco de ese mismo año. Meses después, Chucho lo secundó en su primer disco como líder, registrado por Bis Music.

De ahí que el repaso de lo que significó Irakere para la escena jazzística cubana e internacional partiera de un sensible conocimiento de causa y la concertación de una nómina de instrumentistas y vocalistas visceralmente identificados con la propuesta. Ya desde un  primer momento se observó que  la cuestión no pasaba por reeditar un nuevo Irakere, sino por subrayar ante la audiencia la vigencia de aquella formación en el lenguaje  de los jazzistas cubanos de hoy.

Propiamente Formell no fue jazzista, aunque en su enorme legado hay suficientes trazas de su gusto por el género. Esto no lo perdió de vista Dayramir González, pianista  surgido de nuestro sistema de enseñanza artística que completó su formación en el prestigioso Berklee College of Music, de Boston.

En una de sus últimas producciones discográficas –por cierto, debería ser atentamente difundida en nuestros medios–, The Grand Concourse, quiso anudar los sentimientos tradicionales sonoros de su patria, los efluvios del jazz afrocubano contemporáneo y la vanguardia musical urbana de Nueva York. Su intención en el caso del homenaje a Formell trató de aprovechar esos conceptos, pero de un modo mucho más ambicioso, mediante el despliegue de un sexteto de instrumentos de viento presentes en el núcleo básico de una big band, de una profusa batería percutiva, acompañamiento de guitarra eléctrica y bajo, la inserción de tres de los actuales cantantes de la orquesta de baile (Robertón  revelado rumbero,  el explosivo Mandy Cantero y el solvente Lele junior), y la convocatoria a la Camerata Romeu, portadora de cuerdas para evocar el espíritu charanguero de Los Van Van.

De paso diré que espero por la puesta en circulación del documento audiovisual del concierto para apreciar el real aporte de esa excelente agrupación femenina dirigida por la maestra Zenaida Romeu; en el teatro hubo momentos en que nada se escuchó, sepultada por el sonido de la banda.

Con dignidad y emoción asumieron piezas representativas del repertorio de Formell las voces de David Blanco, Luna Manzanares, Alain Pérez, Teresa Yanet, Mayito Rivera, Telmary y el laudista  Barbarito Torres, con dos momentos muy especiales al inicio y final, con la invocación  espiritual de  Brenda Navarrete –percusionista y vocalista de primera línea– y un Chirrín chirrán sazonado por la erupción percutiva del grupo del maestro Justo Pelladito.           

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