¿Se hacía mejor cine –culturalmente hablando– cuando había menos tecnología?
Sin duda, y la respuesta no proviene de lejanas nostalgias.
Año tras año, y el 2019 no ha sido diferente, el mes de diciembre trae la lista de los filmes más taquilleros a nivel internacional, superproducciones de altísimos presupuestos e imprescindible corte comercial, amparadas en un millonario desborde publicitario (spots, clips, carteleras de todo tipo, vídeos virales, vida íntima de los protagonistas), un marketing que enciende en los espectadores los impulsos de ir a ver el último grito del mercado, so pena, ¡horror!, de quedar, desactualizados.
«He llevado a mis hijos a ver la última entrega de Rápidos y furiosos–me escribe allende los mares un buen amigo– solo para que cuando sus amiguitos les pregunten, puedan decir que la vieron».
Vengadores Endgame, con 2 797 800 564 dólares recaudados encabeza la lista de las más taquilleras en 2019. Le siguen la nueva versión de El rey león, de Disney, la nueva versión de El hombre araña, una nueva versión (pudiera decirse) del viejo capitán Marvel, convertido ahora en capitana, una nueva versión de Toy Store, una nueva versión del Joker (el malvado de Batman) y versiones, igualmente, de Aladino, Frozen y Rápidos y furiosos.
He repetido a propósito «nueva versión» para que el lector no tarde en enterarse de qué tipo de cine estamos hablando; repeticiones de lo ya visto y sabido conforme a las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, refritos y más refritos de lo que una vez fue contado y sigue dando jugo. Fórmulas que en 2019 colocaron a la productora Disney a la cabeza de sus competidoras con unas ganancias estremecedoras.
De la lista mencionada hay que rescatar el Joker, de Todd Phillips, filme que, si bien parte de un personaje de la cofradía de Marvel y dc Comics, terminó siendo un excepcional drama del desamparo social.
El 2019 estuvo encendido por las declaraciones de Martin Scorsese y Francis Ford Coppola, entre otros renombrados cineastas, que tacharon a las superproducciones de superhéroes de despreciables por adormecedoras y no aportar nada al campo del conocimiento humano y la iluminación espiritual. Críticas de las cuales quedó claro que es la tecnología la que utiliza al artista y relega a un plano secundario los elementos claves del arte.
Aquellos que siguen considerando el cine la más abarcadora y masiva de las artes se lamentan de cómo el «entretenimiento» reiterado, cebador de arcas, le sigue robando espacio a lo más significativo. Hablo de importantes títulos de cinematografías ajenas al mercado global, regido por Hollywood, que encuentran escasa difusión; filmes de renombrados directores, premiados en Festivales, que se exhiben en contadas salas, o son desplazados de la cartelera por los llamados blockbuster, o filmes de altos presupuestos, causantes ellos de una infantilización mundial cuyo propósito –se diría– es engullirse el cine como fenómeno cultural y comunicativo.
Y, sin embargo, sigue existiendo un público –al que hay que abrigar– liberado de ese «gusto masivo» fomentado por la industria del entretenimiento y que busca lo mejor en términos de creación. Un buen ejemplo serían las salas llenas en el último Festival del Nuevo Cine. ¿Qué se fue a ver?, ¿el último Hombre araña, o historias latinoamericanas y de otros países contadas con calidad y ajenas, en gran medida, a las narrativas convencionales impuestas por el cine comercial?
Ante la disminución mundial de las salas de cine, hoy se discute si estas supervivirán, o si finalmente serán absorbidas por tecnologías que permiten llevarse la exhibición a casa, o por conceptos en boga que afirman que lo importante es el contenido, más allá del disfrute de la magia cinematográfica.
Es cierto que los blockbuster de superhéroes, cual varita mágica, siguen arrastrando público, pero al mismo tiempo se han entrampado en una crisis de ideas y reiteraciones vacuas de las que los salvan –por el momento– las visualidades contundentes y los efectos especiales.
Por suerte no faltan cineastas que apuestan por el buen arte y países que los apoyan, pues dejar el cine en manos de los mercaderes a la postre se pagaría caro.
En nuestro caso, transcurrido el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, hemos visto cómo las salas vuelven a perder espectadores. No somos ajenos a las prácticas de ver películas en casa, además de otras causas conocidas que conspiran contra la asistencia del público a las salas.
En tal sentido, el papel cultural de nuestra televisión, refugio de cinéfilos y exhibiendo más de 50 filmes semanales, pudiera ser inconmensurable.
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