Aunque nunca supe a ciencia cierta por qué, siempre supuse que Matojo llevaba ese nombre por la copiosa cabellera que lucía ese niño de papel, que abandonó el pliego en que nació allá por los años 60 para anidar la espiritualidad de la generación que fue niña en esos tiempos.
Fue sobre una mesa de dibujo de la revista Mella que se esbozó por vez primera –y solicitada por la Asociación de Jóvenes Rebeldes, que sería después la UJC– la entrañable figurita, que bien podría llamarse Matojo Rodríguez (así se llamaba el papá de Matojo en las historietas), de no ser porque su padre real fue el periodista y caricaturista cubano Manuel Lamar Cuervo, más conocido por Lillo, fallecido por estos días, a la edad de 89 años, en Estados Unidos.
Nacido en Colombia en 1929, pero cubano por derecho propio, Lillo fue autor de disímiles personajes como Chicho Durañón, Sapito Pérez, el perrito Lucas, González y Titina; y de sátiras políticas y jocosos personajes que animaron importantes publicaciones nuestras. Sin embargo, es Matojo el que con más asiduidad se recuerda, tal vez porque, portador de valores a los que se aspira si se pretende ir por la vida emanando la luz del bien, fue el niño que los otros niños quisieron ser, el que las niñas queríamos tener como amigo, la representación gráfica del retoño que formaba la Revolución Cubana, recién nacida por esos años. Tanto lo fue, que pasó posteriormente a la pantalla grande, por medio del Departamento de Animación del Icaic. También varias editoriales lo acogieron en sus respectivos catálogos.

«Tras su debut en Mella, a petición nuestra pasó diez años más tarde a ocupar la contracubierta del semanario Palante. La ficción admite que, aunque corran los años (…), su personaje se mantiene tan fresco como una lechuga. Por eso, a pesar de la inteligencia que derrochaba a raudales en cada viñeta, Matojo nunca pasaba de grado. Lillo lo mantuvo siempre en primaria, no como castigo, sino para poder abordar permanentemente la temática comprendida entre esas edades; y cuando se fundó en 1980 el mensuario Zunzún, por la Organización de Pioneros José Martí, nuestro pequeño héroe tampoco pasó de grado, sino de publicación; y se mudó allí para formar parte de su staff especializado en la temática de la niñez», cuenta en su blog Ay, vecino, otro grande de la historieta y la caricatura cubanas, Francisco Blanco Ávila (Blanquito), premio nacional de Periodismo José Martí y fundador del semanario Palante, que dirigió entre 1970 y 1985.
No molestarían a Lillo –recordemos que el agasajo al hijo se siente como o más que el propio– las evocaciones casi nostálgicas a Matojo, cuando se le recuerda hoy desde su más arraigado personaje. Dondequiera que esté, él, activista de la sección de humorismo de la Uneac y de la upec, fundador del Departamento de dibujos animados de la Televisión Cubana, gestor de actividades realizadas por inspiración propia en centros docentes, círculos infantiles y campamentos de pioneros, habrá de saber que es la obra que se deja la que consigue el gozo de la vida eterna.
«Lillo fue el caricaturista que más personajes creó. El más completo que tuvo Cuba», comentó a Granma Blanquito, quien acotó además el uso que hiciera del primer plano siempre, «como en el teatro», desechando en materia de dibujo, la perspectiva.
Adiós sentido, aunque no parta del todo, a ese hombre genial que no por gusto acudió al llamado de las instituciones cubanas, el que no puede haber creado, sino por ser como él, el Matojo caballeroso, puntual, estudioso, dador de lecciones a los adultos, defensor de sus amigas, al niño cubano que se pretende seguir formando en la tierra que tanto quiso.
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Jorgebraulio dijo:
1
30 de noviembre de 2019
01:01:55
karlos dijo:
2
30 de noviembre de 2019
09:05:33
Luciano dijo:
3
30 de noviembre de 2019
21:33:40
victor manuel acosta dijo:
4
1 de diciembre de 2019
02:24:53
Miki C. dijo:
5
2 de diciembre de 2019
13:05:34
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