ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Elegancia transmitida durante cinco generaciones de Tumberos. Foto: Germán Veloz Placencia

Holguín.–Verdaderos desafíos viven los integrantes de la Tumba Francesa de Bejuco cada vez que salen de su terruño. Por eso, su presencia en esta capital provincial –a propósito de la pasada edición de la Fiesta de la Cultura Iberoamericana– tras recorrer cerca de 200 kilómetros, siempre despierta interés y atrapa a quienes conocen de su existencia, pero no han podido disfrutar de su arte.

Para llegar a Sagua de Tánamo, primera escala del trayecto, viajaron durante dos horas a través de una sinuosa ruta serrana. El camión de triple tracción que los condujo venció 18 cruces de ríos y bordeó escabrosos tramos. Antes de abordar el vehículo se fueron al sitio donde está enterrada Candelaria Noblet Robles, y en lo que es un ritual perpetuo, le pidieron la bendición para abandonar por unos días el mágico sitio donde residen.

TRADICIÓN BICENTENARIA

Elivania Lamoth Lara ha contado muchas veces la historia de Candelaria Noblet. Aprendió a amarla por míticos relatos escuchados desde la niñez e investigaciones posteriores que le valieron para obtener una maestría en Ciencias Pedagógicas por introducir el tema en la enseñanza de la historia en Sagua de Tánamo.

La también coordinadora del conjunto relata que aquella fue una negra bella, raptada en las costas de Guinea Bissau y traída a Cuba. Hay abundantes constancias de su venta a un señor de apellido Robles, radicado en Guayabal de Yateras, Baracoa. Entonces el amo sucumbió ante los encantos de la bien formada flor africana, con quien tuvo ocho hijos.

Existen referencias sobre una frustrada tentativa de fuga hacia su país de origen en compañía de la prole. Aquel acto de rebeldía le costó ser vendida a un francés llamado Eugenio Revé, quien la convirtió en sirvienta doméstica, momento en que comenzó a practicar los bailes de Tumba Francesa.

En realidad ella y los demás miembros de la dotación de esclavos a la que pertenecía, detalla Elivania, arropados con vestidos y trajes en desuso regalados por los amos, imitaban en la plantación cafetalera La Dolorita, al nordeste  de Sagua de Tánamo, los elegantes bailes franceses del siglo xix, a los que poco a poco, fruto de una lógica transculturación, fueron incorporando ritos ancestrales y los rítmicos y rudos tambores africanos.

Abolida la esclavitud, Candelaria, ya entrada en años, se trasladó al intricado Bejuco. Llevó consigo las inextinguibles costumbres de su tierra natal y el gusto por lo francés, ensamblados en varias danzas, entre ellas Yubá, Masón y Frente. Antes de expirar pidió a sus herederos conservar el alma libre mediante cantos y bailes entre montañas.

Cuando esta mujer se fue monte adentro, salvó una manifestación artística única. Su legado no fue blanco de la inevitable influencia que la modernidad arrojó sobre los otros dos conjuntos de ese tipo que existen en Cuba en otras zonas.

La Tumba de Bejuco se presentó por primera vez en la ciudad de Holguín cuando corría 1980 e impresionó a muchos por su «testaruda» originalidad. Lo mismo sucedió a funcionarios de la Organización de la Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), entidad que en 2003 la declaró Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad y luego la incluyó en la Lista Representativa del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

LOS HEREDEROS Y EL RELEVO   

La quinta generación de Candelaria sigue cantando y bailando entre cafetales. Hombres y mujeres son conducidos por el ritmo de las «tumbas» (tambores) que fabricaron, según afirman, los ancestros. Se trata de gruesos troncos de madera ahuecados y cubiertos en un extremo con rudo cuero sostenido por una cuerda aprisionada por garabatos igualmente cortados en el monte.

Al ponerles las manos encima y sacarles música, Ramón Revé Morasén destierra pesares. Aunque es un hombre vigoroso, de 51 años, al día siguiente del toque se adentra con mayores bríos en los cafetales que atiende y en las demás áreas donde cultiva viandas y otros frutos. Cree que estaba en el vientre de su madre cuando escuchó por primera ocasión el llamado a ser «tumbero». Y eso se repite, afirma, porque ve la reacción de sus hijos y nietos.

El catá también es de «palo con un hueco a todo lo largo», como dice Emeterio Robles Padilla, quien rebasa las seis décadas de vida y está relacionado con el instrumento desde que tenía  11 años. El que tanto ha golpeado con los macizos bolillos (igualmente de madera)  se coloca  sobre la superficie donde actúan. Aunque su «voz», asegura, es más profunda y sincera cuando está directamente sobre la tierra.

A Julián Roble Roble el Yubá lo calma y el Frenté lo dinamiza. Cuando baila recuerda a sus abuelos exesclavos, tumberos y mambises. «El que no sabe de lo viejo, tampoco sabe de lo nuevo», sentencia para dar paso a la conversación con Aislandis Parada Revé, un mozo de 33 años, con dominio sobre el catá.

Además de dinámica, Maritza Lamoth Robles, una atractiva cincuentona, es la «composé» o cantante principal del grupo. Trabajar en una despulpadora de café y educar tres retoños no le ha impedido cumplir el compromiso hecho a los progenitores en cuanto a preservar las tradiciones. Su hijo Over también comparte escenarios con ella. Es bueno en el baile.

De igual modo, Ana Lidia Fermín Vidal respondió al llamado familiar a preservar intactas las raíces por las que se nutre Bejuco. Lo hizo mientras estudiaba en Holguín para obtener el título de Licenciada en Rehabilitación Física. Así, tan pronto retornó al terruño, se incorporó al grupo y hoy es bailarina principal.

 

REGALO EN UNA TARDE DE DOMINGO

El sol no es fuerte, pero si resultara lo contrario, tampoco altera la decisión de la Tumba Francesa de Bejuco de presentarse, de acuerdo con lo programado, al pie de la tienda Luz de Yara, en una de las esquinas del céntrico parque Calixto García, en la ciudad de Holguín.

Los tumberos salen al escenario, esta vez la calle misma. Los tambores desencadenan su embrujo y convocan a muertos y vivos. Se escucha la voz clara de Maritza. La acompaña Elivania. Son los mismos cantos que esta última se aprendió de memoria y escribió en cuadernos durante años, hasta que en un periodo más reciente los llevó a la capital del país, para que especialistas en lengua creole los tradujeran con el fin de entenderlos en toda su magnitud.

Las parejas hacen los giros de las danzas Yubá y Masón. Son elegantes, pausadas. Es verdad que están creadas para enamorarse. Pasado un rato, una especie de frenesí se apodera de los bailarines, ahora dos mujeres y un hombre. Los cuerpos de cada integrante del trío se contorsionan impetuosamente. Sus pies ya no parecen pisar cuidadosamente granos maduros de café, como hicieron antaño, en los secaderos, obligados por el látigo y el miedo al cepo, los tatarabuelos y bisabuelos de origen africano. Ahora trituran desencantos y se prometen triunfos de la carne y el alma; ahora proclaman alegría y sostenido anclaje en tradiciones que los trascienden. 

Los espectadores experimentan vigorosos contagios. Unos bailan sin reparos, otros intentan dar pasos que no entienden. Candelaria Noblet, la negra bonita, la constructora de un nicho cultural con olor a monte y fuerza de ríos crecidos; la mujer coronada por el tiempo y la pasión como deidad local, desde Bejuco les ha enviado un regalo que no se encuentra en otro sitio.

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Julio Larramendi dijo:

1

4 de febrero de 2021

13:18:55


Estoy preparando el libro sobre el Patrimonio de la humanidad en Cuba Nos gustaría conversar sobre las fotos de la Tumba Francesa en Bejuco. Gracias.