
«Morirnos, ese puede ser el significado de la vida. Pero creamos el lenguaje, y esa puede ser la medida de nuestras vidas». Ahora que se ha ido, cobran pleno sentido las palabras de Toni Morrison. El lenguaje en función de la belleza y la justicia, de la dignidad y la pasión. El lenguaje como arma para develar los terribles intersticios de una sociedad donde, por el color de la piel, te meten en la cabeza que no eres de los elegidos y, a la vez, para insuflarte valor y enfrentar con la frente en alto los avatares de la existencia por muy difícil que esta sea.
Mujer, negra, decidida humanista y excepcional escritora, todo eso fue la estadounidense Toni Morrison (18 de febrero de 1931–5 de agosto de 2019). Entre sus méritos figuró merecer en 1993 el Premio Nobel de Literatura.
Cierto que el Nobel inclina, pero no obliga; grandes escritores se marcharon sin el ritual consagratorio anual de Estocolmo. En su caso fue la primera mujer afronorteamericana en ser distinguida con el premio y ello debe verse como una señal.
Cierto que otras escritoras negras en Estados Unidos han hecho notables contribuciones a la literatura de su país y, en general, a las letras de nuestra época. Pienso de pronto en Alice Walker, autora de El color púrpura; o en la poeta Maya Angelou, fallecida en 2014. Otras se están empinando, como N.K. Jemisin, con su trilogía narrativa La tierra fragmentada o Chimamanda Ngozi Adichie, de origen nigeriano, cuya novela Americanah ofrece una mirada lúcida y crítica sobre el país donde vive.
En Toni Morrison hallamos a una escritora de talento, pegada y hondura. En 1970 publicó su primera novela, Ojos azules, cuya trama se desarrolla en una pequeña localidad de Ohio, por los días del comienzo de la Segunda Guerra Mundial y se centra en una niña negra, ingenua y pobre, que desea tener los ojos azules para sentirse como Shirley Temple.
Luego en 1973 apareció Sula, nominada para el Premio Nacional del Libro y cuatro años después con La canción de Salomón ganó el Premio del Círculo de Críticos Nacional del Libro. La isla de los caballeros ofreció una nueva perspectiva sobre la identidad y el desarraigo mediante la historia de amor entre dos jóvenes afroanorteamericanos.
Pero, sin lugar a dudas, la cota más alta llegó con Beloved en 1981. En términos argumentales encontramos a Sethe, esclava que mata a su propia hija para salvarla del horror, Beloved, la niña que desde su nacimiento se alimentó de leche mezclada con sangre, y poco a poco fue perdiendo contacto con la realidad por la voluntad de un cariño demasiado denso. El crimen como arma contra el dolor ajeno, el amor como única justificación ante el delito y la muerte como paradójica salvación ante una vida destinada a la esclavitud. Tragedia contada con mano firme y elocuente poesía. Morrison desplegó una prosa que, con admirable eficacia, estableció vasos comunicantes entre perfiles sicológicos y drama social y, al mismo tiempo, emuló con el recuerdo de Medea.
Morrison apostó por, como dijo una vez, «cambiar el lenguaje para purificarlo de racismo y llenar ese vacío con la voz de las mujeres negras» y aseguró que «la literatura norteamericana no sería la misma tras la incorporación de las minorías étnicas». Ahí está un legado que debe ser cultivado y promovido.










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