¿Y cómo formo a mi hijo cinematográficamente hablando? –me pregunta una madre en plena vía pública, donde me ha detenido para hablar de cine, y lo primero que me viene a la mente son mis tres hijos, entre los 49 y 18 años de edad. ¿Están formados, «cinematográficamente hablando»?
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Formar audiencias cinematográficas (o del mundo audiovisual) es un asunto complejo, en especial si se tiene en cuenta que la tarea tiene lugar en un terreno minado por los intereses del mercado transnacional. Y a la par, algún que otro prejuicio intelectual empeñado en asentar que la tentativa formadora tiene no poco de «intromisión».
Al respecto transcribo la opinión de un académico latinoamericano en medio de un debate acerca de la formación del gusto: «El concepto en sí mismo lo encuentro un poco paternalista, porque es como que alguien que sabe va a iluminar a alguien que no sabe. Es como decir: "Nosotros sabemos lo que es bueno y vamos a modelarles los gustos a ustedes que tienen gustos considerados como inferiores". Ese discurso es superpeligroso porque se parece mucho a los discursos civilizadores del siglo xix, de colonización».
Pero más adelante, el mismo académico reconoce una verdad irrebatible en América Latina y otros muchos países: «todo el poder adquisitivo (de los espectadores) se va hoy al cine hollywoodense».
Las cifras hablan por sí solas y bastaría citar una de las cinematografías más sustanciosas, en cantidad y calidad, del continente, la chilena. En los últimos años solo el 6,5 % de espectadores fueron a ver películas producidas en ese país, mientras que el 93,5 se inclinó por películas comerciales, en especial las millonarias producciones procedentes de Hollywood.
Cuba es uno de los pocos países que escapa de esa esquiva a su producción nacional, no así a la avalancha totalizadora de una industria cultural que, bajo el complaciente ropaje de «entretenimiento», persigue una de las variantes manipuladoras más siniestras que pudiera imaginarse: hacer que el receptor no piense.
Y que conste que estamos hablando de un país que en la década de los años 60 del pasado siglo emprendió una campaña de alfabetización cinematográfica que dio excelentes resultados, cuando las pantallas se inundaron de los mejores filmes y tendencias internacionales, y el afán de crecimiento intelectual inundó escuelas, universidades y a buena parte de la sociedad, al punto que quien pretendiera congraciarse con una muchacha inmersa en aquella euforia tenía que averiguar, sin pérdida de tiempo, quiénes eran Fellini y Kurosawa.

Pero los tiempos son otros y lo que una vez se llamó penetración cultural hace rato que, a caballo sobre las llamadas «nuevas tecnologías», se ha convertido en una invasión de aliento renovable.
Hoy la poderosa industria cultural estadounidense, cebada con la participación de sus adláteres internacionales y amparada en seducciones de todo tipo, ha logrado entronizarse como la máxima dominadora del gusto en buena parte del globo terráqueo.
Es, según creencia de los sometidos, «la cultura». Y por supuesto que viene escoltada de su más fiel aliada, la ideología.
Sorprende ver cómo un espectador es incapaz de detectar la manipulación de que está siendo objeto en un filme sublimado por la americanización del héroe y los maniqueísmos más sensibleros, y se deja llevar por la factura perfecta, la ambientación, los efectos visuales, la música y el desempeño de sus estrellas. El puente de los espías (Spielberg, 2015) es un buen ejemplo, con una Guerra fría desdibujada a manera de los años 50, con soviéticos muy «soviéticos» y estadounidenses muy «buenos».
No son pocos los países que se preocupan por la formación de sus audiencias y desarrollan planes para llevarlos a las escuelas desde edades tempranas, casi siempre con un objetivo principal en lo que al cine respecta: que se vean las películas nacionales.
También estamos envueltos en esas tareas, nada fáciles, porque no se trata de «modelar gustos» a seres «considerados inferiores», como decía el académico antes citado refiriéndose a un espectador en general, sino de incentivar inteligencias mediante un aprendizaje que no tiene nada de «discurso civilizador de corte colonial» y sí de respeto al intelecto y de movilización urgente contra esa lluvia ácida que no deja (ni dejará) de caernos.
Los gustos los modelan lo otros, dominadores de la industria cultural, que sí consideran inferiores a las grandes masas, a las que les proporcionan un producto estándar fabricado a tono con sus intereses.
Formar audiencias es entonces una tarea urgente no apta para colonizados culturales (que los tenemos), ni para ingenuos que, pasivamente, ven transcurrir el paso del tiempo.










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Manuel Ballagas dijo:
1
21 de junio de 2019
08:54:37
Agustin Navarro dijo:
2
21 de junio de 2019
09:43:09
Jorge Luis v dijo:
3
21 de junio de 2019
12:10:31
Gabriel M. Valdes dijo:
4
21 de junio de 2019
15:52:34
Magda dijo:
5
22 de junio de 2019
23:15:53
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