
Palabras es el nombre de la primera canción de Marta Valdés y también el de la columna dominical que la célebre compositora cubana defendió con sonado éxito desde noviembre de 2009 durante varios años en el sitio digital Cubadebate. Pero hay más. No pudiéndose llamar de otro modo, Palabras se titula el libro donde han sido recogidas las crónicas con que la autora pintó en ese espacio no solo el espíritu de notables figuras de la música nacional, sino también el de fenómenos y sucesos musicales de esos que no deben desconocerse por tratarse de pilotes que sostienen el talante de la cultura cubana.
Agotado en su primera edición, en 2013, Palabras volvió a ver la luz en 2017 –rubricado ambas veces por Ediciones Unión– y hay que correr a la librería que aún esconda algunos ejemplares, porque nadie que ha sabido de esta concreción de papel, después del éxito que tuviera en el ciberespacio, ha querido llegar a casa sin hacerse acompañar de un libro que por dondequiera que se abra ofrece una estampa de cubanía.
Gran acierto tuvo Rosa Miriam Elizalde, prologuista del libro, al considerar la columna digital, escrita por una de nuestras más descollantes compositoras, como una «pieza rara en el mundo de la crítica musical», a juzgar, entre otras razones, por la implicación que tuviera la autora con cada uno de los asuntos que tocó, y por la constancia y la incorporación –tarea suya– de agregar al texto un audio alegórico al tema tratado.
No acompañan al libro –como sucede con unos pocos– esos soportes audiovisuales que refuerzan el mensaje escrito, pero tampoco es cosa que le haga falta. Avanzar por estas 267 páginas es viajar por la música, de nota en nota; desde ellas es posible entrar en El Mejunje villaclareño; presenciar un concierto de Miriam Ramos y el pianista Hernán López-Nussa en el teatro Amadeo Roldán, oír trova en el Jardín de la Gorda (Sara González), alcanzar en la imaginación el sonido de la flauta de Richard Egües, y hacernos llegar al final de la crónica sabiendo mucho de la vida de ese o de cualquier otro músico, porque las líneas no transcurren sin que ella inserte un dato curioso y personal que consigue en el lector admirarlo mucho más de lo que ya lo hace frente al homenaje que el texto mismo significa.
Siguiendo el ritmo de las primeras piezas, donde hay reminiscencias a Enriqueta Almanza, Luis Gómez, Carlos Emilio, Elena Burke, Ela O’Farrill, Ángel Díaz, Margarita Lecuona, Giraldo Piloto (padre) y Alberto Vera… podría el lector preguntarse quién viene ahora. Grande será su sorpresa cuando leyendo la página siguiente se sienta atrapado, no por la historia de un artista, sino por la reseña perfecta de un libro musical (Amadeo Roldán. Testimonios, Letras Cubanas), apuntes sobre el bolero o el filin, o por la revelación de lo que se experimenta cuando «se da por terminada la faena de crear una canción».
La pericia narrativa de la Valdés consigue conmover hasta el tuétano, y uno llega a escuchar esa vocecilla interior que sacude las vivencias propias mientras entramos en las suyas. Remontándose a su infancia, en «el pedazo de mundo que desprendía constantemente olores, hollín y gran variedad de sonidos», muy cerca del llega y pon, donde vivía su primer amiguito (Sergio, el niño pobre y negro), vivía también Dempsey, el jamaiquino que tocaba la flauta y producía aquel sonido que la habitará siempre.
«(…) fue desde ese pedazo de suelo cercano al matadero, pegado al tramo de la línea del tren por donde se asomaba invariablemente al mediodía la pobreza descarnada, desde donde estuvo saliendo, noche por noche, el primer sonido que me dio a entender, como por arte de magia, que el ser humano podía sacar, quién sabe de qué artefacto, la maravilla de una música».
No por azar van cerrando estas líneas con un trozo de recuerdo como el que acabamos de citar. La flauta misteriosa del matadero, título de la pieza a la que pertenece, es apenas una de las muchas que sugestionarán al lector en una suerte de reverencia lo mismo a los grandes del pentagrama cubano, que a esta mujer guitarra, que suma a su leyenda personal, además, la gracia de la escritura.
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