ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Waldo Mendoza nació para cantar. Quizás pudo haber sido otra cosa, ingeniero, médico, deportista, maestro, pero no, el ángel que lo acompaña desde que vino al mundo quiso que fuera cantante, que con su voz regalara a la gente alegría, placer, bienestar y sobre todo, mucho amor. Sé que muchos no creen en los ángeles, pero a veces la vida depara algunas sorpresas en la que bien valen la pena creer, porque ya están escritas y nadie ni nada las puede desdibujar. Ese es sin dudas el caso de Waldo, el cantor.

Le conocí hace años, cuando formó parte de la agrupación Tumbao Habana que dirige Pascual Cabrejas, guantanamero igual que él, donde por esa época ponía su voz a innumerables obras de la música popular bailable, o por supuesto, a algún bolero. Un buen día me sorprendió su decisión de iniciar su carrera como cantante en solitario y le volví a ver en el Delirio Habanero, del Teatro Nacional interpretando creaciones de Pablo Milanés y del brasilero Roberto Carlos, acompañado por un pequeño grupo de talentosos músicos igual que él.

De aquel encuentro hasta hoy han transcurrido increíblemente 15 años y aún me perece estarlo escuchando en aquella noche habanera de hermosas canciones hechas en su propio estilo. Sin lugar a dudas, Waldo empezaba a escribir un camino, que no exento de dificultades y hasta de opiniones no siempre favorables había decidido emprender contra viento y marea.

Y ha sido feliz su decisión de dedicarse a la música romántica aun cuando sigue siendo capaz de subirse a un escenario y volver hacer aquellas canciones que nacidas del son hoy suelen ser catalogadas como salsa o timba, pero que en su raíz tienen bien arraigadas los acordes de la trova tradicional, entre otros géneros musicales del siglo XIX.

Waldo, además de ser un buen cantor y un poeta con todas las de la ley, es un buen hijo, hermano, padre de familia, buen amigo, compañero y un ser extremadamente sencillo. A Waldo no le interesa ser famoso: sí, llevarle a los demás ese sentimiento universal que funda y hace crecer a las personas que es el amor, en su sentido general. No lo ciñe solo el amor de pareja, sino uno que se proyecta hacia todo lo que lo rodea.

Tiene el don de estremecer con esa privilegiada voz que con el tiempo se ha vuelto más perfecta, más dulce, más sincera, más sorprendente.

Waldo ha bebido de la historia de los grandes trovadores,  boleristas y cancioneros cubanos como Pepe Sánchez, Miguel Matamoros, Sindo Garay, Orlando Vallejo, Benny Moré, Orlando Contreras, Vicentico Valdés, Fernando Álvarez, José Antonio Méndez, Elena Burque,Beatriz Márquez, Pablo Milanés, entre otros. Escuchando estas canciones aprendió a componer las suyas, a las que ha dotado de un lirismo especial. Hoy Waldo lo mismo llena un teatro como el Mella o el Karl Marx, que cualquier plaza del país, y tiene su propia peña en el Café Cantante del Teatro Nacional de Cuba donde cada sábado acuden cientos de personas de todas las edades a escucharlo, a vivir un momento inolvidable y dejarse atrapar por el profundo y agradable sentimiento de sus letras, que simplemente cronican la vida, ora lleno de alegría y felicidad, ora de llanto y dolor.

No voy a mencionar ninguna de sus composiciones porque todas, sencillamente todas tiene su impronta, su manera de ver el mundo que le rodea, su forma de seguir siempre adelante y de levantarse tras cualquier descalabro o disputa, sobre todo, emocional. Quien canta y escribe de amor sufre, aun cuando lo que escriba este todo lleno de gozo y felicidad, el solo hecho de llevar al papel un sentimiento individual o que le haya sucedido a alguna persona de su círculo de amistades, implica un desgarramiento humano, un desprendimiento interior que solo quien lo hace es capaz de saber  y cuánto le va en ello.

Una linda familia lo apoya en la actualidad. Eso le da la tranquilidad necesaria para encarar cualquier reto por grande que sea. Goza del cariño y el respeto de muchos amigos, comparte sus canciones con intérpretes o compositores igual que él, hombres y mujeres marcados también por la canción romántica. Su pasaporte en el mundo de la música es el amor, es el cantor que nos hacer ser una persona mejor y ver la música como el mejor bálsamo para los problemas del corazón y la vida. Waldo es el juglar, el bardo, que va recorriendo con su voz de esperanza y aliento, cada pedacito de la isla, ante el cual su pueblo se va rindiendo y con sus aplausos de gigantes le demuestran que lo quieren. Y esa huella es la que también hace de la vida de Waldo Mendoza, una historia que hoy, después de haber transcurrido 15 años, apenas comienza a escribirse, siempre acompañada de un ángel.

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