A tono con la mercantilización cada vez más rampante de la cultura, el mal cine, o cine mediocre –comercial y reiterado en sus formas– se sigue comiendo al mundo, incluyéndonos.
Basta leer cada año la lista de las películas más taquilleras, dominada por Hollywood: monstruos, sagas de presupuestos millonarios, héroes provenientes de los comic, violencia, terror (del barato), americanización del héroe, y un montón de conocidos etcétera, con el principal de ellos –la ideología cual dulce mercancía– agazapada, o mostrándose sin reservas.
Ese cine reiterativo ha moldeado durante años sus audiencias, y la industria las sigue alimentando a los cuatro vientos para detrimento de aquellos que buscan en el llamado séptimo arte un motivo de expansión intelectual y de disfrute estético. Lo que suele llamarse el buen cine –también con su propia, aunque menor audiencia– y por el que han trabajado miles de artistas desde el nacimiento del cinematógrafo.
A esta altura del llamado gusto cinematográfico no se trata de dividir a los espectadores en dos bandos, sino que convivan y, mientras tanto, aquellos que una vez condicionaron sus preferencias a lo que le impusieron, vayan conociendo la otra cara de posibilidades que le ofrece un arte que recaba de ellos sensibilidad, participación e inteligencia.
Abundan los ejemplos de conversiones tardías, y bastaría recordar el trabajo de apreciación cinematográfica televisiva que desde el mismo año 1959 ejerció el profesor Mario Rodríguez Alemán. Seguidores de un cine consumista que sin renunciar al buen entretenimiento (¡a nadie se le ocurriría!) hoy día son duchos en cinematografías internacionales y de directores de primera línea.
Los tiempos cambian, por supuesto, ya no hay solo dos canales y la tecnología hace que las películas de todo tipo lluevan (más de 50 son exhibidas en solo una semana en los diferentes canales) en medio de un mundo en el que el concepto de «espectáculo» tiende a tragárselo todo, en ocasiones a los mismos responsables en conjugar un balance de lo que se exhibe.
Y están los llamados seriales, realizados con presupuestos millonarios y todas las fórmulas necesarias para «enganchar» a un público que puede preferirlos por encima de las películas.
Si bien el cine trata de hacer un trabajo de rescate para que los espectadores vuelvan a las salas (con todo lo que ello lleva implícito), se sabe que la gran audiencia cinematográfica está conectada en nuestro país con la televisión y otras formas alternativas que caben en un bolsillo y son llevadas a casa bajo una supuesta independencia para ver lo que se quiera, sin que medie, en este caso, una voz que invite a la reflexión y al análisis.
Pero el trabajo cultural y educativo en medio de ese maremagno fílmico corresponde en gran medida a la televisión por ser el mayor medio expositivo (un millón de espectadores puede ver cualquier cinta). Entonces hay que tener bien claro lo que se exhibe y se promueve, máxime cuando la misma televisión no tiene que responder a patrones comerciales de ningún tipo, y se viven tiempos en que, o se activa la perspicacia ante lo que nos llega, o se asume el «todo vale» que nos acerca a las motivaciones rasas y populistas de la denominada gran industria cultural, o del entretenimiento.
Una responsabilidad a la que no se le da la espalda, cierto, pero tampoco se le extrae cuanto se pudiera, entre otros motivos por un pobre y vacilante trabajo promocional, que requiere de conocedores y métodos.
Si se quiere conectar al espectador con el buen cine, que por suerte todavía se sigue realizando en el mundo contra viento y marea, hay que saber anunciarlo y provocar en el televidente desconocedor, o en vías de formación, las expectativas necesarias para que, al menos, se asome a la pantalla, mientras que, los conocedores, se llenan de júbilo con la calidad de lo que se les ofrece (no por gusto los productores de las grandes superproducciones, ¡con tal de que lo vean!, pueden gastarse 200 millones en la elaboración de un filme, y otros 200 en trabajos de marketing).
Desconcierta encontrarse con una buena película en tv sin una alerta previa, o que directores de diferentes y buenas cinematografías –esa diversidad que tanto necesitamos– sean relegados a un segundo plano. Se estuvieron haciendo spot al respecto, pero han desaparecido y ni Mediodía en tv, ni Teleavances («la novela no necesita que se le anuncie tanto», escribió un lector a Granma) desempeñan el papel ideal.
En cuanto a los programas especializados con comentarios nocturnos, cada vez más se les ha ido corriendo el horario y están saliendo casi al filo de las 11 de la noche, cuando no deben ser muchos los televidentes que tengan deseos de escuchar lo que se les dice, ni de aguantar a pie firme el metraje hasta la una de la madrugada, final de película, en todo caso, que al día siguiente tendrán que estar averiguando.
Todo lo cual ha venido convirtiendo a esos programas en una prueba de resistencia para sus fieles seguidores, o «cine para dormir», como escribió una colega en la revista Bohemia.
En fin, que las audiencias se trabajan con inteligencia y no se les puede pedir que crezcan en un terreno que no se siembra.
El próximo Consejo Nacional de la Uneac discutirá diversos asuntos relacionados con el audiovisual en nuestro país, y este será uno de ellos.

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ivan dijo:
1
26 de septiembre de 2018
08:49:04
karina santana chacón dijo:
2
26 de septiembre de 2018
10:01:45
Lee dijo:
3
26 de septiembre de 2018
10:50:57
oliverio dijo:
4
26 de septiembre de 2018
12:11:51
Rendón dijo:
5
26 de septiembre de 2018
13:12:17
daniel dijo:
6
27 de septiembre de 2018
11:24:44
Salgado dijo:
7
27 de septiembre de 2018
16:24:08
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